jueves, 4 de noviembre de 2021

El César Vallejo que yo conocí (Ciro Alegría)


Corría el año 1917 y yo vivía con mis padres en una hacienda de la sierra del norte del Perú, situada exactamente en las últimas estribaciones andinas de la provincia de Huamachuco. Se llama Marcabal Grande y hasta esa hacienda llega ya, subiendo por el cañón abismal del río Marañón, el rescoldo cálido de la selva amazónica. Mi vida había sido la de un niño campesino, hijo de hacendados, a quien su padre enseña en el momento oportuno a leer y escribir pasablemente y las artes más necesarias de nadar, cabalgar, tirar al lazo y no asustarse frente a los largos caminos y las tormentas. Alternaba mis trajines por el campo, —donde me placía de modo especial un paraje formado por cierto árbol grande y cierta piedra azul—, con lecturas de Andersen, Las mil y una noches y otros libros maravillosos, entre ellos un grueso volumen del naturalista Raimondi sobre viajes y exploraciones de la selva que me parecía igualmente fantástico. Yo soñaba con ir a la selva, pero no como un sabio a estudiarla sino como un pionero. Conquistaría ese mundo poblado de árboles innumerables y de indios bravos.


A los siete años de edad, tales eran mis conocimientos y mis anhelos, pero mis padres abrigaban ideas más amplias sobre mi preparación y un día me anunciaron que debía ir a Trujillo, una lejana ciudad de la costa, a estudiar. En compañía de un hermano menor de mi padre, que pasó con nosotros sus vacaciones, hice el largo viaje. Esos fueron para mí reveladores días en que trotamos a través de dos riscosas cadenas de los Andes, bajando muchas veces hasta valles cálidos ubicados en el fondo de las quebradas y los ríos y subiendo, otras tantas, hasta altos páramos rodeados de rocas contorsionadas. Vimos muchos pueblos y aldeas y nos golpearon frecuentemente los tenaces vientos y lluvias de marzo. Dado el fin de estas líneas, debo apuntar que estuvimos en la ciudad de Huamachuco, capital de nuestra provincia, y que saliendo de allí y al encaminarnos hacia una cordillera muy alta, se abrió el camino a la ciudad de Santiago de Chuco, capital de la provincia limítrofe, donde había nacido César Vallejo.


En ese largo viaje a caballo, que duró siete días sin contar el tiempo que pasamos en casa de amigos que mi padre tenía en la región, me impresionaron sobre todo las altas montañas de los Andes, la puna enhiesta, llena de soledad y silencio y una sobrecogedora dramaticidad que parece nacer de sus inmensas rocas que se parten, formando abismos de vértigo o trepan y trepan con un terco afán de altura que no se cansa de herir el toldo encapotado del cielo. A veces, el paisaje se dulcifica un poco, tiene bondad de árboles frutales en los valles y ternura de sombríos ondulantes en las laderas, pero todo ello no es sino una tregua, porque predominan las rijosas montañas que se desnudan subiendo a diez o quince mil o más pies de altura. En el alma de quien cruce los Andes o viva allí, persistirá siempre la impresión, que es como una herida, del paisaje abrupto hecho de elevadas mesetas, donde apenas crecen pajonales amarillentos, y de roquedales clamantes. Hay tristeza y, sobre todo, una angustia permanente y callada. Los habitantes de ese vasto drama geológico, casi todos ellos indios o mestizos de indio y español, son silenciosos y duros y se parecen a los Andes. Aun los de pura ascendencia hispánica o los foráneos recién llegados, acaban por mostrar el sello de las influencias telúricas. Azotados por las inclemencias de la naturaleza y las inclemencias sociales, —en exponer éstas ya he empleado varios centenares de páginas— sufren un dolor que tiene una dimensión de siglos y parece confundirse con la eternidad.


Todo lo dicho viene a cuento porque, días después de aquel viaje, debía encontrar en mi profesor César Vallejo, a un hombre que procedía de esos extraños lados del mundo y los llevaba en sí. El caso es que llegamos a Trujillo, ciudad de la costa clara y soleada, agradablemente cálida. En su ambiente colonial, con trece iglesias de labrados altares y casas de grandes portones, patios amplios y balcones de estilo morisco, daban su nota de modernidad los automóviles que corrían por calles pavimentadas, la luz eléctrica, los trenes que traqueteaban y pitaban yendo y viniendo de los valles azucareros o el puerto próximo. Mi niñez, acostumbrada a la naturaleza virgen estaba muy asombrada de tanta máquina y del cine y otras cosas más, inclusive de la numerosa gente locuaz, que vestía a la moda. Hasta que un día, cuando mis piernas endurecidas y adoloridas por la cabalgata se agilizaron, mi abuela resolvió mandarme a clase.


Un circunspecto señor, cargado de años y sapiencia, estaba de visita en casa la noche de un domingo, y entonces escuché, por primera vez el nombre de Vallejo y las discusiones que provocaba. Se habló de que al día siguiente iniciaría mis estudios.


—  Si tuviera un nieto, —opinó el señor en un tono de sugerencia— lo mandaría al Seminario. Está regido por eclesiásticos y es muy conveniente...


Yo era todo oídos escuchando esa conversación que me revelaba mi destino de estudiante. Mi abuela repuso con dignidad:


—  Es que su padre ha escrito que se lo ponga en el Colegio Nacional de San Juan. Es lo que ha dicho terminantemente. Todos los hombres de la familia se han educado allí.


—  ¿Y a qué año va a ingresar?


— Al primer año de primaria...


El anciano por poco dio un salto y luego dijo, muy excitado:


—  ¡Mi señora!, esa ya no es cuestión de colegios sino de buen sentido... ¿Sabe usted quién es el profesor de primer año en San Juan? ¿Lo sabe usted? Pues ese que se dice poeta, ese César Vallejo, un hombre a quien le falta un tornillo...


— Al fin y al cabo... para enseñar el primer año... —dijo mi abuela tratando de calmarlo.


Mas nuestro visitante estaba evidentemente resuelto a salvar del peligro a un pobre niño indefenso como yo y argumentó:


—  No, no, mi señora... Ese Vallejo, si no es un idiota, es cuando menos un loco. ¿No podrían ponerlo en segundo año? Al entrar me sorprendió ver que el niño estaba leyendo el periódico...


Mi presunto salvador puso una cara de desconsuelo cuando mi abuela apuntó:


—  Sí, ya sabe leer y escribir aceptablemente, pero no las otras materias que se enseñan en el primer año.


El anciano estaba evidentemente resuelto a agotar todos sus recursos para librar a mi pobre cerebro de influencias perturbadoras y tomó un rumbo más pacificador.


—  Pero no me va usted a discutir, señora mía, que en cuanto a educación y especialmente en cuanto a religión se refiere, el Seminario es el mejor colegio. Está adquiriendo mucho prestigio...


Y mi abuela:


—  En San Juan también enseñan la religión, según el reglamento de estudios y no son anticatólicos...


El señor abandonó la partida, pero sin duda para consolarse a sí mismo, se puso a hacer consideraciones fatales para el modernismo y no sé cuántos ismos más y luego echó rayos y centellas de carácter estético contra el arte de mi profesor, todo lo cual no entendí. Marchóse por fin, llevándose una expresión de discreta contrariedad y no sin desearme buena suerte en una forma entre esperanzada y compasiva.


Me fue difícil conciliar el sueño en medio de la inquietud que se apodera de un niño que irá a la escuela por primera vez y pensando en mi profesor, que según decían era poeta y a quien el severo anciano había llamado loco cuando no idiota.


Mi compañero de viaje, que era también estudiante del mismo colegio, me llevó hasta el local.


— Por aquí no entran ustedes, —me dijo al llegar a una gran puerta sobre la cual se leía la inscripción DIOS y LA PATRIA— esta puerta es para nosotros los de la sección media. Vamos por allá...


Caminamos hasta la esquina y, volteando, se abrió a media cuadra la puerta que usaban los profesores y alumnos de la sección primaria. Nos detuvimos de pronto y mi tío presentóme a quien debía ser mi profesor. Junto a la puerta estaba parado César Vallejo. Magro, cetrino, casi hierático, me pareció un árbol deshojado. Su traje era oscuro como su piel oscura. Por primera vez vi el intenso brillo de sus ojos cuando se inclinó a preguntarme, con una tierna atención, mi nombre. Cambió luego unas cuantas palabras con mi tío y, al irse éste, me dijo: "Vente por acá". Entramos a un pequeño patio donde jugaban muchos niños. Hacia uno de los lados estaba el salón de los del primer año. Ya allí, se puso a levantar la tapa de las carpetas para ver las que estaban desocupadas, según había o no prendas en su interior, y me señaló una de la primera fila diciéndome:


—  Aquí te vas a sentar... Pon adentro tus cositas... No, así no... Hay que ser ordenado. La pizarra, que es más grande, debajo y encima tu libro... También tu gorrita...


Cuando dejé arregladas todas mis cosas, siguió:


—  Muchos niños prefieren sentarse más atrás, porque no quieren que se les pregunte mucho... Pero tú vas a ser un buen niño, buen estudiante, ¿no es cierto?


Yo no sabía nada de las pequeñas mañas de los chicos, de modo que no entendía bien a qué se refería, pero contesté con ingenuidad:


—  Sí, mi mamita me ha dicho que estudie mucho...


El sonrió dejando ver unos dientes blanquísimos y luego me condujo hasta la puerta. Llamó a uno de los chicuelos que estaban por allí jugando la pega y le dijo:


—  Este es un niño nuevo: llévalo a jugar...


Entonces se marchó y vinieron otros chicos, todos los cuales se pusieron a mirarme curiosamente, sonriendo. "¡Serrano chaposo!", comentó uno viendo mis mejillas coloradas, pues los habitantes de la costa tienen generalmente la cara pálida. Los demás se echaron a reír. El chico encargado de llevarme a jugar, me preguntó sabiamente:


—  ¿Sabes jugar la pega?


Le dije que no, y él sentenció:


—  Eres muy nuevo para saber jugar.


Me dejaron para seguir correteando. Yo estaba muy azorado y el bullicio que armaban todos me aturdía. Busqué con la mirada a mi profesor y lo vi de nuevo parado junto a la puerta, moreno y enjuto, conversando con otro profesor gordo y de bigote erguido, buen hombre a quien yo también habría de llamar Champollion, como hacían los estudiantes desde muchas generaciones atrás. No me atreví a ir hacia ellos y caminé al azar. Cruzando otra puerta, llegué a un gran patio donde había muchos más niños. Nadie me miraba ni decía nada. Seguí caminando y encontré otro patio, donde los estudiantes eran más grandes. Por allí se hallaba mi tío. Había muchos patios, muchos salones, muchas arquerías. Las paredes estaban pintadas de un rojo claro, casi sonrosado, quizá para templar la severidad de un edificio que, en antiguos tiempos, había sido convento. Sonó la campana y yo no supe volver a mi salón. Me perdí, entrando equivocadamente a otro. Vino a sacarme de mi confusión el propio Vallejo quien, al notar mi ausencia, se había puesto a buscarme de salón en salón. Cogiéndome de la mano, me llevó con él. Aun recuerdo la sensación que me produjo su mano fría, grande y nudosa, apretando mi pequeña mano tímida y huidiza debido al azoro. Me quise soltar y él me la retuvo. Mientras caminábamos por los amplios corredores desiertos, me iba diciendo sin que yo atinara a responderle:


—  ¿Por qué te pusiste a caminar? ¿Te encontraste solo? Un niñito como tú no debe irse lejos de su salón ni de su patio... Este colegio es muy grande... ¿Estás triste?


Llegamos a nuestro salón y me condujo hasta mi banco. El pasó a ocupar su mesa, situada a la misma altura de nuestras carpetas y muy cerca de ellas, de modo que hablaba casi junto a nosotros. En ese momento me di cuenta de que el profesor no se recortaba el pelo como todos los hombres sino que usaba una gran melena lacia, abundante, nigérrima. Sin saber a qué atribuirlo, pregunté en voz baja a mi compañero de banco: "¿Y por qué tiene el pelo así?" "Porque es poeta", me cuchicheó. La personalidad de Vallejo se me antojó un tanto misteriosa y comencé a hacerme muchas preguntas que no podía contestar. El había de sacarme de mi perplejidad dando, con la regla, dos golpecitos en la mesa. Era su modo de pedir atención. Anunció que iba a dictar la clase de geografía y, engarfiando los dedos para simular con sus flacas y morenas manos la forma de la tierra, comenzó a decir:


— Niñosh... la Tierra esh redonda como una naranja... Eshta mishma Tierra en que vivimosh y vemosh como shi fuera plana, esh redonda.


Hablaba lentamente, silbando en forma peculiar las eses, que así suelen pronunciarlas los naturales de Santiago de Chuco, hasta el punto en que por tal característica son reconocidos por los moradores de las otras provincias de la región.


Se levantó después para dibujar la Tierra en el pizarrón y durante toda la clase nos repitió que era redonda, no siendo eso lo único sorprendente sino también que giraba sobre sí misma. Dio como pruebas las de la salida y puesta del sol, la forma en que aparecen y desaparecen los barcos en el mar y otras más. Yo estaba sencillamente maravillado, tanto de que este mundo en el cual vivimos fuera redondo y girara sobre sí mismo, como de lo mucho que sabía mi profesor. Cuando la campana sonó anunciando el recreo, César Vallejo se limpió la tiza que blanqueaba sobre una de sus mangas, se alisó la melena haciendo correr entre ella los garfios de sus dedos, y salió. Fue a pararse de nuevo junto a la puerta y estuvo allí haciendo como que conversaba con los otros profesores. Digo esto porque tenía un aire muy distraído.


De nuevo en el salón, era hora de estudio. La próxima sería de lectura. Había que repasar la lección. Me llevó junto a él y abrió mi libro en la sección de Pato. Tuve confianza en mi sabiduría y le dije:


— Ya pasé Pato hace tiempo. También Rosita y Pepito. Yo sé todo este libro... Vallejo me miró inquisitivamente:


—  ¿Sabes también escribir?


A mi pregunta afirmativa, me pidió que escribiera mi nombre y después el suyo. Dudé entre la be labial y la otra para escribir su apellido, pero tuve suerte al decidirme y salí bien. Me probó con otras palabras y una frase larga. La cosa parecía divertirle. Después me preguntó:


— Y si sabes leer y escribir, ¿por qué te han puesto en primer año?


— Porque no sé otras cosas...


Entonces me dijo que fuera a sentarme. Traté de conversar con mi compañero de banco, quien me cuchicheó que estaba prohibido hablar durante la hora de estudio. Miré a mi profesor.


César Vallejo, —siempre me ha parecido que esa fue la primera vez que lo vi—, estaba con las manos sobre la mesa y la cara vuelta hacia la puerta. Bajo la abundosa melena negra, su faz mostraba líneas duras y definidas. La nariz era enérgica y el mentón, más enérgico todavía, sobresalía en la parte inferior como una quilla. Sus ojos oscuros, —no recuerdo si eran grises o negros— brillaban como si hubiera lágrimas en ellos. Su traje era uno viejo y luido y, cerrando la abertura del cuello blanco, una pequeña corbata de lazo anudada con descuido. Se puso a fumar y siguió mirando hacia la puerta, por la cual entraba la clara luz de abril. Pensaba o soñaba quién sabe qué cosas. De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto un hombre que pareciera más triste. Su dolor era a la vez una secreta y ostensible condición, que terminó por contagiarme. Cierta extraña e inexplicable pena me sobrecogió. Aunque a primera vista pudiera parecer tranquilo, había algo profundamente desgarrado en aquel hombre que yo no entendí sino sentí con toda mi despierta y alerta sensibilidad de niño. De pronto, me encontré pensando en mis lares nativos, en las montañas que había cruzado, en toda la vida que dejé atrás. Volviendo a examinar los rasgos de mi profesor, le encontré parecido a Cayetano Oruna, peón de nuestra hacienda a quien llamábamos Cayo. Este era más alto y fornido, pero la cara y el aire entre solemne y triste de ambos, tenía gran semejanza. El hombre Vallejo se me antojó como un mensaje de la tierra y seguí contemplándolo. Tiró el cigarrillo, se apretó la frente, se alisó otra vez la sombría melena y volvió a su quietud. Su boca contraíase en un rictus doloroso. Cayo y él. Mas la personalidad de Vallejo inquietaba tan sólo de ser vista. Yo estaba definitivamente conturbado y sospeché que, de tanto sufrir y por irradiar así tristeza, Vallejo tenía que ver tal vez con el misterio de la poesía. El se volvió súbitamente y me miró y nos miró a todos. Los chicos estaban leyendo sus libros y abrí también el mío. No veía las letras y quise llorar...


Así fue como encontré a César Vallejo y así como lo vi, tal si fuera por primera vez. Las palabras que le oí sobre la Tierra son también las que más se me han grabado en la memoria. El tiempo había de revelarme nuevos aspectos de su persona, los largos silencios en que caía, su actitud de tristeza inacabable y otros que ya aparecerán en estas líneas.


Por la noche, durante la comida, me preguntaron en casa:


—  ¿Te gusta tu profesor?


—  Sí, —respondí.


Era inexacto. No me había gustado precisamente. Me había impresionado y conturbado, interesándome, pero no sin producirme una sensación de lejanía. Después de la comida, por indicación de mi abuela, escribí a papá. Un pequeño lápiz romo fue garabateando mis impresiones. Cuando llegué a las del colegio y Vallejo, no supe qué decir sobre él. Después de pensarlo mucho y ensayar varias explicaciones, escribí que mi profesor se parecía a Cayo Oruna. Tiempo después, supe que, al leer la carta, mi madre había sonreído con dulzura y mi padre se dio a pensar en el poeta. Amaba a su pueblo y pudo otear a Vallejo desde el fondo de su alma llena de quebrados horizontes andinos.


En Trujillo, Vallejo tenía detractores tenaces así como partidarios acérrimos. En casa, como en todas las de la ciudad, las opiniones estaban divididas. Los más lo atacaban. Mi tía Rosa, persona muy culta y dada a leer, que escribía a hurtadillas, era su admiradora incondicional. "¡Es un gran poeta, es un genio!", decía casi gritando, en medio del barullo de las discusiones. Recuerdo perfectamente, que, cierta vez, llegó un tío mío enarbolando un diario en el cual había un poema de Vallejo. Avanzó hacia nosotros.


— A ver, Rosita, quiero que me expliques esto: ¿Dónde estarán sus manos que en actitud contrita, planchaban en las tardes por venir? ¿Esto es poesía o una charada? A ver, explícame...


Mi tía Rosa tomó el diario y, a medida que iba leyendo, su faz enrojecía. La mujercita frágil y nerviosa que era, se irguió por fin llena de rabia:


— Este es un hermoso poema y si no lo entiendes, la culpa no es de Vallejo sino tuya, que eres un bruto...


La discusión se armó de nuevo.


Mientras tanto, yo continuaba yendo a clase. César Vallejo nos enseñaba rudimentos de historia, geografía, religión, matemáticas y a leer y escribir. También trataba de enseñamos a cantar, pero nosotros lo hacíamos mejor que él, pues tenía muy mala voz. En cuanto a marchar, no se preocupaba de que lo hiciéramos bien, cosa en que ponían gran empeño con sus discípulos los maestros de grados superiores. Cuando los alumnos del colegio pasábamos en formación por las calles, yendo al campo de paseo o en los desfiles del 28 de julio, los del primer año de primaria, con nuestro melenudo profesor a la cabeza, no marcábamos regularmente el paso y éramos una tropilla bastante desgarbada. Oíamos que la gente estacionada en las aceras murmuraba viendo a nuestro profesor: "¡Ahí va Vallejo!", "¡Ahí va Vallejo!"


Algo que le complacía mucho era hacernos contar historias, hablar de las cosas triviales que veíamos cada día. He pensado después en que, sin duda, encontraba deleite en ver la vida a través de la mirada limpia de los niños y sorprendía secretas fuentes de poesía en su lenguaje lleno de impensadas metáforas. Tal vez trataba también de despertar nuestras aptitudes de observación y creación. Lo cierto es que, frecuentemente, nos decía: "Vamos a conversar"... Cierta vez, se interesó grandemente en el relato que yo hice acerca de las aves de corral de mi casa. Me tuvo toda la hora contando como peleaban el pavo y el gallo, la forma en que la pata nadaba con sus crías en el pozo y cosas así. Cuando me callaba, ahí estaba él con una pregunta acuciante. Sonreía mirándome con sus ojos brillantes y daba golpecitos con la yema de los dedos sobre la mesa. Cuando la campana sonó anunciando el recreo, me dijo: "Has contado bien". Sospecho que ése fue mi primer éxito literario.


No siempre le producían placer nuestros relatos. Un día, llamó a un muchachito que era decididamente tardo. El pequeño, quizá más trabado por el mal talante que traía nuestro profesor, —tenía la boca y el entrecejo fieramente fruncidos—, no pudo decir casi nada, repitió varias veces la misma frase y de repente calló. "Siéntese", le ordenó con cierta despectiva rudeza. El chiquillo se fue a su banco y, cruzando los brazos metió entre ellos la cabeza y se puso a llorar ahogadamente. Vallejo se incorporó estremecido y fue hasta el pequeño. Estrechándole las manos lo llevó hasta su mesa, donde le acarició la cabeza y las mejillas hasta calmarlo. Sacó un gran pañuelo para enjugar las lágrimas que brillaban aún sobre la carita trigueña y luego se quedó mirándolo largamente. Sin duda, en la desconsolada angustia del narrador frustrado, sintió ésa que a él mismo solía oprimirlo muchas veces y ha aludido en sus versos. Cuando recuerdo aquella ocasión, me parece verlo arrodillado con la mirada, sufriendo por el niño y él y todos los hombres.


Pero había ratos en que la alegría se paseaba por su alma como el sol por las lomas y entonces era uno más entre nosotros, salvo que grande y con la autoridad necesaria para tomarse tremendas ventajas. Había que verlo cuando hacía de detective. Estaba prohibido comer frutas o chupar caramelos durante la hora de clase. Los chicos solíamos comprar preferentemente, por la razón de que eran abundantes y baratos, unos caramelos a los que llamábamos cuadrados, mercancía que más prodigaba la escasa generosidad de los dulceros estacionados en la esquina del plantel. Vallejo, con la cara metida en el libro, fingía leer mientras alguno le daba la lección, pero lo que en realidad hacía era echar, bajo las cejas, miradas exploradoras sobre toda la clase. Cuando descubría a algún delincuente, se erguía con una sonrisa triunfal y, yendo hacia él, lo amonestaba: "¿No he dicho que no coman cuadrados en clase?" En seguida le quitaba los caramelos, sacándolos con aspaventera diligencia de los bolsillos, y los repartía entre todos o los más próximos, según la cantidad. Nunca supe si lo que le gustaba más era sorprender a los infractores o repartir los caramelos entre los chicos. Durante tales batidas, nos embargaba su mismo espíritu juguetón y reíamos todos llenos de felicidad.


El reglamento prescribía el castigo de reclusión para los que tuvieran mala conducta o no dieran bien sus lecciones. César Vallejo, durante todo el día, iba formando una lista de los que hablaban durante la hora de estudio o no sabían la lección pero, a la hora de salida, rompía la tirilla de papel en pedazos. Se comprende que no otorgábamos mucha importancia al hecho de ser apuntados en su lista, pero de tiempo en tiempo y, sin duda, para que no nos propasáramos, solía darnos sorpresas y, a las cuatro de la tarde, entregaba la compungida cuota de reclusos del primer año de primaria, al inspector de turno. Su castigo usual era simple y directo: un tirón de los cabellos que quedan a la altura de las sienes.


Por las mañanas, llegaba a clase minutos después de la primera campanada y aun con un retardo más considerable. Entrábamos a las ocho, pero acaso se entregaba mucho a la vigilia de la creación o a trasnochar en compañía de amigos, —que lo eran suyos todos los escritores jóvenes de la ciudad— o a sus estudios de universitario, de modo que el sueño lo retenía demasiado. Su impuntualidad alcanzó tal grado que, cierta mañana, el propio rector del colegio acudió a ver lo que pasaba y se puso a tomarnos la lección. Cuando Vallejo arribó, se produjo una escena embarazosa que el rector cortó diciéndole que pasara por su oficina a la hora de salida. Durante un tiempo estuvo llegando temprano, pero después volvió a las andadas y, aunque ya no con tanta frecuencia, seguía presentándose tarde.


Fuera del colegio, sus versos continuaban provocando la consiguiente reacción de comentarios ácidos y laudatorios e inclusive de protestas. Corrió la noticia de que nuestro profesor había sido asaltado durante la noche por un grupo de individuos que trataron de cortarle la melena. Él se había defendido dando feroces puñetazos y puntapiés. Miré con curiosidad su melena de león. Estaba intacta. Me pareció que durante esos días, tanto como, sin duda, le duró la impresión del ataque, su tristeza habitual tenía algo de violencia contenida y acendrada amargura.


Me conmovió mucho el asalto, no alcanzando a explicármelo. He de decir que para ese tiempo ya me había vuelto un admirador de Vallejo, si cabe la expresión. Fue que un día, decidido a examinar esa misteriosa e incomprensible poesía por mí mismo, me atreví a pedir a tía Rosa los versos de mi profesor, que ella recortaba sin dejar uno y guardaba celosamente. Al dármelos, hundió los lirios de sus manos en mis cabellos y me dijo que si no los entendía, no pensara mal del autor. Metido en mi cuarto, de bruces sobre la mesa y los poemas, me di cuenta primeramente de que tenían muchas palabras cuyo significado ignoraba. Busqué un grueso diccionario que apenas podía cargar y me dediqué a una exploración que me resultaba muy difícil.


Lejana vibración de esquilas mustias,

en el aire derrama

la fragancia rural de sus angustias.


A buscar la palabra esquilas. A buscar mustias. A medida que avanzaba en mi penosa lectura, me iban asaltando y dejando muchas y contradictorias emociones. Sufría y gozaba, me esperanzaba y desconsolaba. Me invadió un pleno sentimiento de felicidad cuando, en ese mismo poema, pude captar al gallo "aleteando la pena de su canto". Entendiendo y no entendiendo, el poema "Aldeana", uno de los primeros publicados por Vallejo, me pareció muy hermoso. La emoción del crepúsculo rural, los sonidos y los colores de la tarde muriente me envolvieron. ¿Qué secreta cualidad hacía que ese hombre escribiera así? Encontré poemas menos pictóricos que no entendí de principio a fin y al leer "Idilio muerto", la pregunta hecha a mi tía Rosa en pasados meses, me pareció formulada a mí mismo. Yo tampoco entendía lo referente a las manos y muchas líneas más. De todos modos, me consolé con lo poco que había comprendido y pensé que acaso, cuando yo fuera grande... Entregué a tía Rosa sus recortes sin decirle media palabra y ella no me dijo nada tampoco. Pese a sus momentáneas exaltaciones, era muy fina y seguramente temió herirme si sus preguntas resultaban, indiscretas. Más, desde aquella vez, me alegraba como si hablara en mi nombre cuando ella elogiaba a César Vallejo y me sentí más cerca de mi profesor. Algo había podido apreciar de la belleza que prodigaba en sus versos. En cuanto a su hosquedad y su tristeza... bueno, Cayo Oruna... y uno está tan sólo a veces... Porque yo me sentía muy solo en el colegio... Los muchachitos solían burlarse de mi condición de "serrano" y de que tenía chapas y era muy ingenuo. De modo que cuando corrió la voz del asalto a Vallejo, yo tuve una gran pena y sentí ganas de rebelarme contra alguien. Que dejaran en paz a ese hombre. El era un gran poeta. En todo caso, no hacía mal a nadie con su melena y con sus versos...


Y el profesor, que era a la vez un artista triste y solo, seguía dándonos clase y el tiempo pasaba. En las horas de conversación, me hacía hablar no sólo de lo visto por mí sino de lo que había oído contar. Recuerdo que le impresionó la historia de un ciego que vivía en una hacienda próxima a la nuestra, quien iba de un lado a otro por los ásperos senderos de la serranía, tal como si tuviera ojos y podía reconocer por el timbre de la voz a personas a las cuales no había oído durante años y además era adivino. Una tarde me preguntó —"¿Tú lees otros libros?" Le informé y me dijo que, como ya sabía el reglamentario, llevara otros para leer. Claro que cargué hasta el salón de clase los libros de cuentos que me obsequiaban mis parientes o yo compraba con mis propinas y también las revistas y libros que mi tía Rosa quería prestarme sacándolos de su biblioteca personal. A veces, Vallejo me preguntaba sobre mis lecturas y, por mi parte, nunca le conté que me había atrevido con sus versos. Temía que me interrogara si los había entendido y, en tal caso, tener que confesarle que no del todo, que en buenas cuentas casi nada o nada. No consideraba suficiente excusa la posibilidad de explicarle que tía Rosa me había advertido que yo era muy niño para poder apreciar esos poemas. Así que me callaba esperando tiempos mejores. Sería grande y podría hablar con el mismo señor Vallejo de sus versos y de toda clase de versos. Cuando una vez me pidió que recitara algo, me guardé las esquilas en el fondo del pecho y dije uno de los más simples versos infantiles que sabía. Era uno que comenzaba así:


Oyes el zorzal, María?

Desde el arbusto florido

en donde tiene su nido,

al cielo su canto envía.


Los jueves por la tarde, íbamos de paseo a un lugar situado no muy lejos de la ciudad, donde jugábamos a la pelota y corríamos. A raíz de mi recitación, me llamó a su lado una de esas tardes y, sentados sobre la grama, me pidió que le recitara todos los versos que sabía. Así lo hice, teniendo que repetir varias veces el que dejó apuntado, y me regaló una naranja. Después, se quedó sumido en un gran silencio. Su expresión plácida de momentos antes había desaparecido. Inmóvil, con las manos sobre las rodillas, parecía mirar a los chicos que jugaban al fútbol y habían señalado el emplazamiento de los arqueros con montones formados por sus sacos y gorras. Noté que las incidencias del juego no le interesaban y que, en suma, no estaba viendo nada. Su prolongado silenció llegó a incomodarme. Yo no sabía qué decir ni qué hacer. El estaba como ausente y yo esperaba en vano que me permitiera marcharme. "¿Puedo irme?", le pregunté. Su silencio y su inmovilidad persistieron. Casi furtivamente, me escurrí de su lado, corrí a dejar mi saco y mi gorrita en uno de los montones y me puse a patear la pelota...


En el tiempo que siguió, —creo que ya habíamos pasado del medio año de estudios— nuestro profesor me trataba con cierta cordialidad. Cuando tropezaba conmigo en su camino, me daba una amistosa palmadita en el cogote. Pero no podría decir que, entre mí y los otros niños, hacía una deferencia muy especial. Posiblemente pensaba: "este es un muchachito al que le gusta leer" y me daba rienda suelta en eso. En cambio yo, lenta y progresivamente, había ido adquiriendo una fe ciega en él. Hay cierta predisposición al partidarismo en el alma de los jóvenes y los niños y, en cuanto a Vallejo, yo me había vuelto un definido parcial suyo. No me cabía duda de que ese hombre extraño era un gran artista, aunque a nadie hubiera podido explicarle bien por qué lo creía. Esta ocasión llegó una tarde, antes de clase. Uno de mis compañeros manifestó que su padre afirmaba que Vallejo no era nadie, ni siquiera como poeta. Mi madre me había dicho que honrara y respetara a los maestros, porque su tarea es muy noble y le reproché:


—¿Y qué? Es profesor y eso es bueno...


—¿Crees que ser profesor es una gran cosa? Y todavía ser el último profesor de un colegio, el de primer año... Un "muertodehambre"...


Recién comencé a darme cuenta del desdén con que se mira a los profesores en el Perú. El chico que hablaba era miembro de una de las grandes familias de la ciudad, e hijo de un médico famoso. Estaba muy pagado de todo ello y, para terminar de apabullar al pobre profesor, dijo:


—  Ni siquiera como poeta sirve... mejor es Chocano. Es lo que dice mi padre, que sabe lo que habla.


—  Es un gran poeta, —repliqué muy afirmativamente.


—  ¿Qué sabes tú? ¿Crees que porque te deja leer libros puedes hablar?


—  Es un gran poeta, —insistí.


— A ver, dinos por qué es un gran poeta...


No supe qué razones aducir. Referirme a la opinión de tía Rosa no me parecía suficiente. Hubiera querido decir algo definitivo.


—  Dinos ahorita mismo por qué es un gran poeta, —repitió mi oponente.


Yo estaba perplejo. Como a algunos pugilistas en trance de caer vencidos, me salvó la campana.


Día a día, lección a lección, el año de estudios pasó. Llegaron los exámenes y nuestro profesor nos aprobó a todos, citándonos para la ceremonia de la repartición de premios, que se realizaría a fines de diciembre.


La fecha llegó. Esa noche, el gran patio de honor del Colegio Nacional de San Juan estaba de gala. Profusamente alumbrado y con asientos arreglados en forma de galerías, mostraba al fondo un estrado donde tomaron asiento el rector y los profesores. Casi todos llevaban vestido de etiqueta. Las familias de los alumnos fueron acomodadas delante y, nosotros, a los lados y detrás. Los mocosos del primer año fuimos lanzados a una de las últimas filas. Debido a que Vallejo ocupaba un lugar muy secundario en el estrado, sólo se le podía ver la cabeza. Pero ella, grande de melena y cetrina de tez, resaltaba claramente entre tanta pechera blanca y tanta luz... y entre tanta cabeza sin carácter.


No viene al caso que detalle la ceremonia. Es sí, pertinente, que refiera que no me tocó ningún premio por que como éramos varios los que obtuvimos las primeras notas, los habían sorteado y los favorecidos fueron otros. Casi al terminar el acto, Vallejo abandonó el estrado y vino hacia nosotros. Viéndome sin ninguna cartulina de premio en la mano, recordó lo ocurrido y me dijo: "No te importe la suerte". Cambió algunas palabras más con muchos de nosotros, nos preguntó a varios dónde pasaríamos las vacaciones y luego se marchó. Al poco rato, pudimos advertir que, en vez de volver al estrado, se había puesto a pasear por los corredores. En medio de la penumbra que arrojaban las arquerías, veíase apenas su silueta negra, alargada, casi fantasmal, tras el cocuyo de su cigarrillo.


Cuando el rector, solemnemente, declaró clausurado el año escolar, César Vallejo se dirigió a la puerta y salió, confundiéndose entre la muchedumbre formada por los estudiantes y sus familias. Instantes después, lo volví a ver en la calle, yendo hacia la plaza de la ciudad. Magro, lento, se perdió a lo lejos... Pude haberle dicho adiós, pues no volvería a verlo más. Cuando las clases se reabrieron, César Vallejo no dictaba ya el primer año ni ninguno. Al recordarlo, siempre tuve la impresión de que estaría haciendo un duro camino de artista y hombre cargado de penas y distancias.


 


NOTAS


* Publicado en Cuadernos Americanos, México, noviembre–diciembre 1944.


** Ciro Alegría nació en Quilca, Perú, el 4 de noviembre de 1909. En 1916 entró al Colegio San Juan, en cuyas aulas tuvo como maestro a César Vallejo. Realizó sus estudios universitarios en la universidad nacional de Trujillo, donde en 1930 se adhirió al APRA de Haya de la Torre, al tiempo que comenzaba sus actividades periodísticas y literarias. En 1931 encabezó una manifestación en Cajamarca. Arrestado y torturado, fue liberado un año después y deportado a Chile en 1934, iniciando un largo exilio de 26 años. En esos años escribió La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1938) y El mundo es ancho y ajeno (1941). Después de vivir en Estados Unidos, Puerto Rico y Cuba, Ciro Alegría regresó a tierra andina en 1960, donde fue elegido miembro de la Academia Peruana de la Lengua. Murió en Lima en 1967.

martes, 31 de agosto de 2021

EL PUEBLO NECESITA QUE LA IZQUIERDA GOBIERNE (30/08/21)




La izquierda está llena de cuadros capaces y competentes. Al presidente Castillo solo le hace falta convocar a los talentos de la izquierda para tener equipos de profesionales hábiles para empuñar el timón de todos los ministerios. Fue una buena muestra de pluralismo inicial ensamblar un primer gabinete ministerial con cuadros de Juntos por el Perú y de Nuevo Perú, además de personalidades que valen por sí solos en sus respectivas áreas. Si quiere gobernar, Castillo tendrá que interiorizar una suerte de darwinismo político que impone la supervivencia de los más aptos y la extinción de los ineptos. Así de drástica es la cosa y la política no cree en lágrimas ni en conmiseraciones ni en sentimentalismos. Las lealtades grupales, amicales y familiares no garantizan el éxito, sino más bien lo anulan. La reciprocidad caudillo-clientela, también. 


El caudillismo fue y es el peor veneno de nuestras izquierdas. Hoy la política depende más de los caudillos que tienen inscripción y dinero para decir quién va y quién no va a competir por curules, luego por ministerios, después por gobiernos regionales y locales. El pueblo no decide. Solo aplaude, lleva la banderola, hace pegatinas y pintas. La legislación electoral heredada del fujimontesinismo, condenó a los peruanos a no militar en partidos sino en inscripciones y vientres de alquiler. Y eso no puede llamarse militancia, pues. Haber reducido la política a las leyes del mercado perjudicó la perdurabilidad y continuidad del modelo demoliberal. ¿Es el neoliberalismo la negación de la democracia liberal? La respuesta es "sí", tal como los monopolios son la negación de la libre competencia del capitalismo temprano. 

Para recuperar la esencia de la vida partidaria, se necesita participación directa de los militantes mediante congresos, asambleas, plenarias, etc. Se necesitan militantes, seres comprometidos en actitudes y consciencia. Los dirigentes surgen de la democracia interna de los partidos, no como dueños de una inscripción.  

Mientras recuperamos esa esencia de la vida partidaria, hay que hacer gobierno. Ya está allí un presidente elegido por el voto antineoliberal, antisistémico, antidictadura, y no hay tiempo de filosofar. De la eficacia de este gobierno, depende el futuro de la izquierda como alternativa para el resto del siglo XXI. Entonces, no podemos jugar al caudillismo y menos al sectarismo. Pedro Castillo y el partido que lo llevó, Perú Libre, tienen que aprender a organizar consensos de amplia convocatoria, que no es otra cosa que una sana política de Frente Unitario Político y Social. Si los expertos en los diferentes temas de gobierno están en otros partidos de izquierda, pues hay que abrirles las puertas. No es aventurado pensar que los siguientes gabinetes serán más plurales que el primero y que Juntos por el Perú como Nuevo Perú tendrán más protagonismo. 


Ollanta Humala prometió el "Gran Cambio" y no pudo hacer ni el 1% de la transformación por tener un parlamento hostil, pero tampoco supo gobernar con política de Frente Unitario de izquierdas. Sendero Luminoso fracasó y fue derrotado, entre otros factores, por una falta de política de frente único: se olvidó de lo que dijo Lenin, sobre que los comunistas jamás hacen solos la revolución. Ahora PL puede cometer el mismo error si piensa que como partido está facultado para gobernar y que solo PL resolverá los mortales desencuentros entre buenos deseos y realidad concreta. 


Si la derecha se ha propuesto fascistizar el país, el gobierno de Castillo debe demostrar firmeza en sus decisiones. No está bien ceder a cada campaña periodística para tumbarse un ministro. Ya nos quitaron a Béjar y lo dejaron solo, lo mismo acaba de pasar con el ministro de Trabajo y seguirán imponiendo su voluntad quienes perdieron las elecciones. La fiscalía decide allanar los locales de PL y todavía soportamos la alianza entre la Marina y las bancadas más reaccionarias del Legislativo que juegan a la vacancia presidencial. Si el Ejecutivo cede con tanta facilidad, ningún sujeto que se respete va a querer ser ministro. Para que continúe gobernando le hará falta una política articuladora de lo distinto que reúna a toda la izquierda sin excepciones y a todos los sectores sociales que hicieron posible su triunfo electoral. ¿Quién va a salir a defender aquello de lo cual no se siente parte?

ALÓ PRESIDENTE, ¡VAMOS POR MÁS!.- (25/08/21)

Por fin se acabó la cárcel dorada de Vladimiro Montesinos en la Base Naval del Callao y la igualmente dorada prisión de Alberto Fujimori en el Fundo Barbadillo. Dos regímenes carcelarios ilegales ahora cerrarán sus puertas y los presos dorados pasarán a manos del INPE  en una nueva cárcel de máxima seguridad habilitada en Ancón II. La infame Marina de Guerra involucrada en terrorismo y narcotráfico, va a extrañar al traidor a la Patria que le daba dirección política. Se acabaron las gollerías del "doc". ¡Gol!.... Vamos Boys, pero quiero ver otro gol en tu escor. El presidente Pedro Castillo, como todo presidente de la república, es el jefe supremo de las FFAA. Es la autoridad máxima de las 3 fuerzas. Por encima de él, nadie. Por lo tanto, tiene autoridad para iniciar investigación y sancionar a quienes han delinquido dentro de sus funciones. Los marinos implicados en el consentimiento de teléfonos celulares en manos del preso de alta peligrosidad Vladimiro Montesinos, tienen que comparecer ante tribunales y ser dados de baja sin honores. Son cómplices de conspiración. Los marinos responsables de un oprobioso comunicado contra el canciller Héctor Béjar, deben seguir igual camino por haber excedido sus funciones y no decir la verdad. Sacar declaraciones fuera de su contexto, tomarlas del pasado y deformar su significado para difamar a un ministro, no son funciones de la Marina, porque ni dice la verdad ni es parte beligerante en el quehacer político del país. ¿Cuántos procesados por consentir el call center de un preso de alta peligrosidad hay? ¿Cuántos procesados por difamar a un ministro mediante un comunicado que altera pruebas e incita a su revocatoria? Los defensores de la gobernabilidad de Pedro Castillo, exigimos sanciones ejemplares para quienes detrás del uniforme se escudan cobardemente para perpetrar sus maniobras conspirativas y desestabilizadoras. Ya hay dos causales, los vladiaudios y el comunicado conspirador. Darles de baja y a prisión encabezando la lista el jefe de la banda, aquel que nos mira con cara de demencia senil y que firmó acta de sujeción a Vladimiro Montesinos: ese tal Montoya. ¡LOS QUEREMOS PRESOS!

LA DEMOCRACIA BURGUESA SE DESCARTA A SÍ MISMA (20/08/21)

Los clásicos del marxismo recomiendan que los revolucionarios nunca pasen por alto la experiencia de las masas. No podemos suplantarlas, tampoco "ilustrarlas" y menos imponerles un programa, un plan o una estrategia. Es necesario que las masas aprendan en la propia praxis que esta no es nuestra democracia y que por este camino no se llega a la victoria definitiva sobre el capitalismo. Sin la experiencia directa de muchedumbres y generaciones, toda revelación es inútil. Una novísima generación que se tumbó al gobierno falaz de Merino y que antes se había tumbado a la Ley Pulpín, ahora completa su aprendizaje acerca de la democracia burguesa. Era necesario participar en esta para descartarla. La agresión del Legislativo y de las FFAA contra el primer presidente de izquierda en la historia del Perú, el boicot económico que recién comienza, el enfrentamiento de matones y cuadrillas anticomunistas, el monopolio mediático, la dictadura del pensamiento único y la fascistización del país, es una escuela irrepetible que dejará muy en claro a millones de jóvenes que la tarea insurreccional es el eje principal del programa de poder. El fascismo nos impone la violencia, el caos, la ingobernabilidad, el alza de precios, la desestabilización. La derecha en todos sus matices elogia al camino democrático liberal como la mejor opción, pero cuando los resultados le son adversos, patea el tablero y pone en cuarentena sus propias tesis. Está claro que no tolerarán un gobierno de izquierda y que antes de la proclamación usaron todas sus armas vedadas, todos sus gazapos delictivos, todas sus intrigas y argucias. Montesinos desde su call center en la "cárcel de máxima seguridad" regentada por la Marina, dirigió descaradamente la campaña de Keiko Fujimori. Dio directivas, órdenes y recomendó corruptelas. Luego sigue dirigiendo la agresión de la Marina contra el gabinete Bellido, porque los oficiales que le juraron lealtad a un traidor a la Patria, al menos le son leales a él, ya que no a su Patria. Estamos ante un nuevo arsenal distinto al de la proclamación, pero los instrumentalistas son los mismos. Está claro que marchamos hacia una confrontación mayor y que se iniciará cuando perfeccionen el mecanismo de la vacancia presidencial. La vanguardia del pueblo no está constituida, pero puede constituirse. Lo más importante es el grado de conciencia que alcancen las masas previamente a esa gran confrontación. Los tres partidos de la izquierda legal, solo son inscripciones en el JNE, mas no son maquinarias conspirativas con militantes disciplinados y dispuestos al combate. La calma chicha, la molicie, la abulia de sus directivos parece haberse empantanado en la embriaguez electoral y en las posibilidades de tener algún ministerio, pero no se dan cuenta que la verdadera batalla está ante nuestras narices: elecciones 2022 municipales y regionales, porque no hay otra forma de oponerse a un Parlamento hostil si no se crean órganos de poder popular y democracia directa de masas. Y pasan los días y el cojudómetro está a punto de reventar, el pueblo que los eligió los ve deshojando margaritas mientras la derecha se arma y convoca a quienes han sido convencidos por su prédica reaccionaria, multiplicada en todos los canales de TV y en todas las carátulas de medios escritos. Pero nuestra izquierda no quiere hacer prensa, no señor. Primero los chilenos antes que Piérola. Si no la hacen los dueños de la pelota, no la hace nadie.   Y quienes pueden financiar una campaña periodística de izquierda y que han perdido los últimos 15 años rascándose las mollejas, son incapaces de enmendar el camino, ahora que es urgente. Ya se bajaron a Héctor Béjar movilizando a un amplio sector de público con mentiras (prensa) y, lo peor, dejaron que se lo bajasen. Quien cede uno, cede ciento. Que este gobierno no espere que ese pueblo que lo eligió y que no se siente representado por él, salga a defenderlo. Puede voltearse la página de la historia e ir hacia horizontes más audaces después de superar una democracia agonizante. Espero que sí.

ESTE SÁBADO DESAGRAVIO MASIVO A HÉCTOR BÉJAR.- 180821

El acto de desagravio a Héctor Béjar este sábado a las 5 pm en la Plaza San Martín, es también para desagraviarnos a nosotros mismos. ¿Cómo es eso? Hemos sido agraviados, todos, en masa. Nos han demostrado que nuestros votos no sirven. Votamos en segunda vuelta por un gobernante del pueblo que tiene el derecho de elegir el gabinete en el cual confía, pero resulta que las facultades del presidente que elegimos cada día serán más y más recortadas por un parlamento golpista + prensa mermelera +marinos terroristas. Estamos ofendidos, no lo ocultemos. Estamos irritados. De parte de la derecha, son posibles todas las ofensas, pero no esperábamos deslealtades por la dizque "izquierda". El voto de izquierda existe en el Perú, pero ha sido traicionado ya por Ollanta Humala, por Susana Villarán y ahora por quienes dejaron que este desastre suceda. Cuando depositas tu voto, los elegidos cierran las puertas para que gente como tú y como yo, no jodan. Pero para que no sufran del acoso de las muchedumbres, les proporcionamos "nuestros" elegidos, esos que nos representan. Se han bajado a nuestro representante y quienes debían garantizarlo, han cedido. Y cederán más. Pues la calle tendrá que cumplir su rol. Será la acción directa de masas la que defina la historia de los siguientes 4 años, no los caudillos ni las bancadas, tampoco la partidocracia. El sábado estaremos respondiendo a la barbarie fascista con música, danza, sikuris y poesía, porque así respondemos nosotros, forjando conciencias y celebrando la vida con el pueblo. Si nos quitan nuestros sueños, no los dejaremos dormir. ¡Venceremos!


VLADIMIRO MONTESINOS CONTRA HÉCTOR BÉJAR (170821)

La guerra se la ha jurado la Marina unilateralmente al nuevo gobierno y su jefe Vladimiro Montesinos sigue despachando desde la BNC. Quienes deben renunciar son los jefes de Marina no H. Béjar. Esta campaña sucia de sacar declaraciones fuera de contexto y del tiempo, porque son antiguas, es hechura de Vladimiro Montesinos. 

El canciller Béjar, desde que ha asumido el cargo, no ha hecho declaraciones. Siguen juzgándolo por su pasado, mas no por la gestión presente. ¿Y qué hay detrás? No el desprestigio de la narco-terrorista Marina de Guerra, por demás demostrable, sino la agenda de Washington en las Relaciones Exteriores de cada país que es su patio trasero, la salida del Grupo de Lima, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Venezuela, etc. Eso es lo que está en juego, no las estupideces que esgrime un comunicado de Marina, que no debe intervenir ni cogobernar con el Legislativo.

El terrorismo en el Perú no se inició en 1980 ni fue patrimonio exclusivo de Sendero. El terrorismo es una práctica en manos de derechas, izquierdas o ambidiestros. La Marina practicó el terrorismo en los años 70' contra los hogares de oficiales velasquistas y embajadas de países socialistas. Las declaraciones de Béjar sobre ello son de hace medio año y las culpas subversivas de Béjar son de hace medio siglo. 

Cuando las FFAA ingresan a la guerra interna en los 80' la Marina desempeñó un rol terrorista contra la población civil desarmada. Esta institución -además- tiene un prontuario policial como pasado, por su participación directa en el narcotráfico utilizando las naves del estado peruano. 

Si el actual gobierno se deja bajar uno de sus ministros, ya perdió. Aquí el que pestañea muere y el que flaquea ante la primera amenaza ya fue. 

La defensa de Héctor Béjar no se debe a un simple capricho, sino que él representa una larga tradición histórica de lucha de nuestros pueblos y la probidad moral del académico entregado a la educación superior, con logros reconocidos.

Para los ingenuos, civiles o militares, la elección de Héctor Béjar significa una derrota política del carácter contrasubversivo de las FFAA en el Perú, porque estarían reconociendo el derecho de los ex-subversivos a hacer política. Béjar sería el Mujica peruano, con la diferencia que los militares mismos le otorgaron una ley de amnistía en 1971, con el voto de la Marina. 

Pero ya sabemos lo que hay detrás: el cambio de ruta en las RREE del Perú y el fortalecimiento de un frente antiimperialista de países de América del Sur. El resto es milonga.

El Perú ha espectado en la campaña electoral de este año la descarada participación con niveles de máxima decisión del preso Vladimiro Montesinos, desde su call-center privado con auspicios de la Marina. ¿Cuántos oficiales y subalternos procesados por esta bochornosa corruptela? ¿Y esa misma Marina genuflexa ante un preso, más allá del acta de sujeción que firmaron Montoya y compañía, va a juzgar lo que dijo Béjar en campaña? El traidor a la Patria, Vladimiro Montesinos, debe ser declarado jefe político de la Marina de Guerra del Perú. El deshonor es su divisa. (DC)

viernes, 16 de julio de 2021

OPÚSCULO DE UN TRAIDOR


Cuando se celebra el bicentenario de la independencia del Perú (1821-2021) un escritor nacionalizado español le rinde cuentas de la política peruana al rey de España, un escritor que es marqués español y que cuando perdió las elecciones en 1990 dijo que el peor error de nuestra historia había sido independizarnos de España. un escritor que hizo denodados esfuerzos para desterrar de la agenda de publicaciones a toda obra narrativa que oliese a indigenismo, neoindigenismo, novela andina, etc. Un escritor que dedicó horas y esfuerzos para sepultar a José María Arguedas, a quien después de muerto intentó matarlo, dinamitarlo, destrozarlo, pero como dice el poema de Alejandro Romualdo (sobre Túpac Amaru) "y no podrán matarlo". Un escritor que hizo el máximo esfuerzo por derrotar ideológicamente a las izquierdas de este continente y cuyo inútil hijo Alvarito nos rotuló a cualquiera de nosotros como "El perfecto idiota latinoamericano", libro que tuvo que escribir el heredero del marquesito en alianza con dos plumíferos más: Plinio Apuleyo Mendoza y el miamense Montaner. La democracia liberal creyó tener un paladín defensor del estado de derecho en rivalidad con los dictadores, pero ya vemos que en su último invierno, el escritor termina respaldando a la hija del dictador que antes combatió. Fue simplemente despecho de perdedor, mas nunca vocación democrática. Este escritor hizo de la traición una profesión de vida, porque todo aquello que abrazó circunstancialmente luego lo traicionó. Traicionó al Che cuando este se encontraba ya combatiendo en Bolivia, traicionó a Casa de las Américas, a Cuba, traicionó a la tía Julia y luego a su prima Patricia, pero lo más grave es haber traicionado al Perú. Hoy se luce como un malabarista de las entrevistas más ridículas, porque no puede admitir que alguien como Pedro Castillo gane la presidencia que él no pudo ganar. Un maestro de escuela andina, rural, y él un ilustre escritor de fama internacional. Un andino, como los que él desprecia, a quien el universo cultural que él desprecia lo ha llevado a la presidencia. Y le dolerá que en Chile haya ganado la presidencia del congreso constituyente una indígena mapuche que saluda con el puño en alto. Un continente compuesto de "perfectos idiotas" según su inútil heredero, vota por candidatos de izquierda y entonces siente (como sus desesperados seguidores) que la democracia liberal no sirve para frenar a la "conspiración comunista internacional", terrible fantasma con que asustan a ventrudos animales mononeuronales. Recurre a su rey, a su soberano, y va acompañado de su inútil heredero, para quejarse de los resultados electorales en el Perú, como si todavía fuésemos colonia. Oiga usted: en el año del bicentenario, eso es un agravio. Decíamos que traicionó todo lo que dijo amar y aunque ya no le queda tiempo de traicionar a Isabel Presley, tampoco podrá traicionar a la siniestra dama de la guadaña, y se irá con el disgusto de no haber derrotado ni al comunismo ni al indigenismo ni a la memoria de José María Arguedas. Pedro Castillo juramentará con la banda presidencial y el marqués ha de contrariarse mucho porque su anacrónico rey asistirá a la ceremonia de trasmisión del mando.



ACERCA DE LAS MANIFESTACIONES EN CUBA 2021


Cualquier plan de desarrollo necesita del libre comercio con otros países y cualquier prohibición de comerciar atenta contra uno de los principios sacrosantos del capitalismo, que es la libre concurrencia. Ergo, si usted es un ferviente y entusiasta admirador del capitalismo, no puede estar de acuerdo ni con bloqueos ni con embargos económicos. La pregunta del millón es: ¿cuándo un bloqueo comercial se ha tumbado a un gobierno? Por favor, sáquenme un ejemplo. Parece que este fósil recuperado de algún museo de la guerra fría no sirvió antes ni sirve ahora. Entonces, ¿por qué insiste tanto EEUU en conservar esta rémora inútil? Pues porque la oposición anticomunista en EEUU se lo pide a cambio de votos. Un porcentaje importante de la votación en Florida, depende de los cubanos afincados en Miami. Y ese porcentaje prefiere ir al caudal de votos del Partido Republicano. Cuando el republicano Donald Trump quería construir una muralla para frenar la inmigración latinoamericana, quienes se proponían como constructores eran los cubanos de Miami, porque para estos no hay punto de comparación con quienes procedemos de “esos países”. Y lo dicen con desprecio. El cubano gusano no se considera un inmigrante latinoamericano como el colombiano, el guatemalteco, el mexicano, etc. Y cuando hablan de “esos países de inditos” aumentan el tono de desprecio. Por eso, las violaciones a los DDHH cometidas en nuestros países, no merecen su atención. Conozco cubanos gusanos entusiastas admiradores de Pinochet y de todo el Plan Cóndor para América del Sur. Pero centrémonos en lo peor: son enemigos de sus propias familias para quienes piden el embargo o bloqueo comercial que generará la escasez que padece el ama de casa a la hora que va al mercado.

Las remesas que envían los cubanos emigrados a sus familias en la isla, son prueba de ello. Cuando se cayó la URSS, el respaldo económico a Cuba desapareció y su gobierno tuvo que hacer de trizas cuartos para que alcanzara lo poco que había por compartir.  Mientras Cuba implementaba la política de turismo que hoy conocemos, el pueblo reclamaba por pan. En esas circunstancias el régimen migratorio cubano aflojó riendas y otorgó permiso de salida a quien tuviese un pasaje y una visa del país receptor, Fidel dirigió un mensaje a EEUU para que duplicase las visas a EEUU otorgadas por el consulado norteamericano en La Habana. Y lo logró. Pero en esas circunstancias muchos cubanos, sin ser disidentes políticos,  tuvieron que salir  a otras latitudes para enviar dólares a sus familias, lo cual es válido. Desde entonces las remesas se convirtieron en un componente más de la economía cubana.

Las remesas que envían los emigrados cubanos según informe de la firma Havana Consulting Group (HCG) estima el monto anual en unos 3.600 millones de dólares (aproximadamente 3.040 millones de euros) y nótese que el Perú recibe por remesas 3,326 millones de dólares en plena democracia, libertad de mercado y otros encantos. Igual pasa en toda Latinoamérica, así pertenezcan sus países al “mundo libre”. Pero ¿cuánto manda un emigrado a sus familiares en Cuba? Por lo general el mínimo fluctúa en los 100 dólares y no pasa de 220 dólares al mes. En Cuba eso se convierte en más dinero, al cambio de productos en pesos y de productos en el área dólar. En cada barrio se abrió una CADECA (Casa de cambio) y luego apareció una tercera moneda: el CUC (Certificado Único de Cambio) y luego desapareció el dólar porque fue superado por el euro. Concluyo: quien gana bien en EEUU y le manda 100 dólares al mes a sus familiares gasta muy poco.

La economía cubana creció con el turismo llegando a 1 millón de turistas al año, cuando nosotros no lográbamos esa cifra teniendo Machu Picchu, Chan Chán y las Líneas de Nazca. Pero el mayor oxígeno se lo dio el gobierno de Hugo Chávez desde Venezuela, quien le otorga a Cuba petróleo a precio huevo, cuando Cuba gastaba en alumbrado general 1 millón de dólares en petróleo al día. Por eso había apagones y cuando Chávez regaló crudo, se resolvieron estos por distritos. Igual el racionamiento eléctrico no desapareció, como hasta hoy no desaparece de República Dominicana ni de Puerto Rico, donde no hay socialismo. El imperialismo se trajo abajo el precio del crudo a nivel mundial y cercó económicamente a la Venezuela de Nicolás Maduro. Esto fue un golpe bajo a la economía cubana. Y vino la pandemia del Covid 19 y el flujo turístico descendió notablemente.

Pero, ¿cuál fue la política de Donald Trump con las remesas hacia Cuba? No solo impuso Trump a los cubanos emigrados un límite de remesas, sino que sancionó a Western Union para que deje de funcionar en la isla y limitó los viajes a la misma por razones estrictamente familiares. WU cerró sus 407 sucursales en Cuba. El representante de la Unión Europea (UE) para la Política Exterior, Josep Borrell, afirmó que la decisión de Trump de suspender las remesas de familias cubanas influye en la situación por la que han estallado protestas en la isla. Los desórdenes “tienen que ver con decisiones que tomó el señor Trump en los últimos días de su mandato”, indicó Borrell. Y esta es una mochila muy pesada ante la cual ha tardado mucho en reaccionar la nueva administración de Joseph Biden, quien ha pedido ahora mismo una “flexibilización de la política estadounidense hacia la isla”.

El monopolio mediático solo da cámaras a los opositores, mas no a la inmensa respuesta de respaldo a la dirección de Díaz Canel. Ciertamente las protestas en Cuba han sido azuzadas por una lluvia de miles de twitts enviados desde cuentas fantasmas desde Nueva York y España. Comprobado. Pero no tendría resonancia si no hubiese un público receptor acostumbrado a vivir de las remesas y que forman una quinta columna del imperialismo dispuesta a actuar en ocasiones como la actual,  cuando la asamblea general de la ONU ha condenado el bloqueo a Cuba por 184 votos en contra y solo 2 a favor: EEUU e Israel. ¿Casualidad? Dese cuenta, entonces, cuáles son las causas y aquí no hay espontaneísmos ni campañas por la libertad ni por democracias que no llenan los estómagos. Mientras tanto, la “oposición” cubana de Miami señala al presidente demócrata Joseph Biden como “comunista”. ¡Plop!

domingo, 6 de junio de 2021

¿POR QUÉ LOS BURGUESES CREAN EL PÁNICO PRE-ELECTORAL?

Al crear pánico financiero y provocar una injustificada subida del dólar, la Confiep y grupos de poder han ocasionado el aumento de precios de productos básicos. No les conviene un gobierno que les cobre lo que adeudan en tributos. Porque si las grandes empresas pagasen la deuda tributaria que tienen con el Estado peruano, que son 11 mil millones de soles, tendríamos el financiamiento que requiere un sistema de salud pública gratuito y de calidad. Crear un clima de inestabilidad previo a la votación, es el inicio de un siniestro plan de guerra económica, como el que ensayaron y perfeccionaron y ejecutaron contra Salvador Allende en Chile (1973). El desabastecimiento, la escasez, la carestía, traen especulación y acaparamiento, lo cual es origen de fortunas mal habidas. Pero constituyen el justificativo de la intervención militar, del golpismo, para "salvar al país". La desesperación frente a la reducción del consumo, hace que las clases medias vean a la víctima como el victimario: la culpa la tiene el gobernante de izquierda. Es como si el juez absuelve al violador porque la chica usaba minifalda. Usted lo provocó. Por todas estas razones, no basta con elegir a Pedro Castillo: hace falta asumir un compromiso por la defensa de los resultados electorales e iniciar un plan de movilización constante del pueblo para construir una patria de los trabajadores en abierta confrontación con la corrupción y la sobreexplotación de recursos naturales y ...humanos. Y si comprobamos el anunciado fraude, oponerle la movilización de todo el pueblo contra la fascistización del país. A votar por el lapicito, pero recordando siempre el lema del Che: "Si el presente es de lucha, el futuro será nuestro". ¡Venceremos!







sábado, 5 de junio de 2021

¿FRAUDE DIJERON? ...¿A GOLPE LLAMARON?

  El plan de la derecha es administrar un fraude poco doloroso. Significa llegar a un empate técnico a boca de urna, luego viene una tensa semana de contabilización de mesas del interior para imponer a la señora K por escaso margen. Un público hastiado por la subida del dólar y de productos de primera necesidad, sin acceso a créditos bancarios y con ciertas atrofias de servicios como luz, agua y redes sociales, clamará para que haya un resultado. ¡De una vez!, dirán, porque tengo que proseguir con mis negocios. ¿Y qué pasará con las protestas populares ante el fraude? Ya sabemos: represión, represión y más represión. El horrible fantasma del terruqueo absolverá los crímenes de lesa humanidad, la dictadura fujimorista con nuevo ropaje democrático habrá vuelto y tendrá 5 años más para legitimar sus redes de corrupción. ¿Solución? Aumentar la brecha del voto de Castillo por encima de la K y custodiar los votos del pueblo mediante la acción decidida de los personeros. No dejarse amedrentar por el matonaje que ya se está expresando en las calles y en las redes sociales. Claro que podemos ganar. (DC)



lunes, 31 de mayo de 2021

POLÉMICA DEL BICENTENARIO LA GANÓ PEDRO CASTILLO (Escribe: Dante Castro)

 


Esta fue una polémica muy favorable a la candidatura de Pedro Castillo. Él fue el vencedor, no cabe duda. Antes que empiece el debate, Keiko tenía perdida la batalla. ¿Por qué? No es necesario ser sabio para dilucidar que la candidata de la corrupción no puede representar a un pueblo que pide combate a muerte contra ese mismo flagelo que nos ha dejado sin hospitales, oxígeno, camas UCI y vacunas. El pueblo sabe que la corrupción existe antes y después del gobierno de su padre, Alberto Fujimori, pero nunca, en ningún momento de la historia republicana fue tan abiertamente descarada como entre 1992 y 2000. El pueblo sabe que la precarización del empleo y el saqueo de nuestros recursos naturales están respaldados por una Constitución hecha por la dictadura de su padre. El pueblo sabe que la privatización a ultranza se inició con la dictadura fujimorista. ¿Qué más sabe el pueblo? Que la familia Fujimori, así como la familia de Alan García, ya no tienen por qué trabajar, y que no devolverán los millones usurpados a todos los peruanos.

 

Pedro Castillo recordó cada uno de estos detalles a Keiko Fujimori, pero ya no era el Pedro Castillo que conocimos en la primera polémica. Resultó con más aplomo, menos equivocaciones, más precisiones y aciertos. Se nota que la participación en política significa una cátedra vivencial que deja huella y que un equipo asesor está funcionando.

 

Keiko repitió tópicos ya conocidos, recetarios que el público viene escuchando en las últimas tres o cuatro campañas electorales en bocas distintas como la de la misma Keiko, PPK, Alan García, y todos aquellos que en nombre de partidos perdedores pretendieron representar los mismos intereses del capital privado sin control del estado. Pero agreguemos las novedades de esta polémica. Keiko fue más populista y demagógica que todos sus antecesores, poniendo en su propia boca las frases, slogans y promesas que la derecha condena abiertamente. En su discurso, el populismo inflacionario estuvo de fiesta.

 

La obsesión por Cerrón: en algunos momentos delirantes, invocaba a Cerrón como si fuese su opositor en esta polémica, incluso llegando a llamar a Castillo por ese apellido: "señor Cerrón". Resulta que a vistas de ciegos, la pretendida acusación de corrupción contra Vladimir Cerrón resultaría ser el 0.001 % de la corrupción generada por el fujimorismo durante y después de la dictadura de su padre Alberto Fujimori. Keiko estaba polemizando con Castillo, no con Cerrón a quien le buscó polémica en Huancayo sin ser él el candidato. Tremendo papelón.

 

El terruqueo de la lista de PL: Keiko acusó a un buen porcentaje de la lista de candidatos de PL de ser miembros del MOVADEF, supuesto organismo de fachada del PCP-Sendero Luminoso. Este era un argumento esperado por el amplio público y desesperado por parte de la candidata de la narco-plutocracia. Castillo no le tomó en cuenta este desvarío, porque contestarle serían minutos menos para decir lo principal y atender lo secundario.

 

"Usted ha dejado abandonados a sus alumnos", dijo la señora K, lo mismo que equivale a decir: usted hizo abandono de su trabajo, cuando sabemos que Pedro Castillo ha pedido licencia. Cuando un maestro recurre a este derecho, pues es reemplazado por otro maestro. La señora K no tiene a quién pedir licencia, porque no trabaja.

 

"Somos muchas las mujeres en este país que trabajamos": aquí sí que se rompió el estupidómetro, porque bien sabemos que la señora K jamás ha trabajado y su esposo yanqui tampoco tiene empleo conocido, ni oficio ni beneficio. Pudieron hacerle un currículum ficticio los últimos 20 años, incluyéndose en las planillas de cualquier empresa de sus familiares. Pero tienen a su vez a toda la familia perseguida por escándalos de corrupción y fuera del país. Keiko dijo que iba a echar a andar un programa para los jóvenes llamado "Mi primera chamba": le cae a pelo, porque no le conocemos ninguna. por fin tendrá su primer empleo. Castillo replicó refiriéndose a: "personas que nunca trabajan" y "los que sabemos trabajar": bien, pero muy bien.

 

"Nuestros ancestros incaicos" dijo Keiko: el mayor engaño al pueblo peruano fue la nacionalidad de Alberto Fujimori, quien tenía muchas dificultades para pronunciar palabras castellanas y construir frases. Sin embargo, las redes delincuenciales de Vladimiro Montesinos le inventaron una partida de bautizo en la parroquia de Montserrate donde decía nacido el 28 de julio. ¡Milagro!...como las imágenes sagradas que lloraban (en casas de fujimoristas). Keiko Sofía Fujimori Higuchi no tiene ancestros originarios del Perú a quienes invocar. Esta es una pieza de demagogia que ni el más ingenuo militonto de causas progres puede pasar por alto. Tampoco el más ingenuo fanático fujimontesinista.

 

Prometió Keiko pagar 10 mil soles a cada familia que ha perdido un pariente por causa del covid 19. Esto sí fue demagogia pura, porque quien denunció como demagogia populista los bonos prometidos por la ex candidata izquierdista Verónika Mendoza, ahora propone crear una cantidad astronómica de gasto sin respaldo real, o sea la política de la maquinita que genera inflación. 120 mil fallecidos por 10 mil soles por familia, da la friolera suma de 1120 millones (mil ciento veinte millones). ¿De dónde saldrá ese dinero? Es como prometer la compra por parte del estado de seis millones de computadoras laptop o tablets para los escolares que deberían recibir ya clases virtuales. Se admite en un discurso inflacionario y populista, pero no en boca de una privatista fanática del libre mercado y opositora al proteccionismo. Si sumamos en aritmética simple los millones que costarían sus promesas, estaríamos llegando a lo absurdo que condena el liberalismo económico. Pero ella, Keiko seguía prometiendo préstamos de dinero a las pequeñas empresas que serían solo cobrables a partir del 5° año de adquiridas. Díganme si esto no es demagogia populista.

 Y faltó economía a ambos candidatos: ni una palabra sobre balanza de pagos, deuda externa, reservas en el extranjero, PBI o la PEA.  No lo echamos de menos en el discurso del profesor Pedro Castillo, un maestro rural que sigue ascendiendo en puntaje y maduración política.  ¿Qué estudió en Boston la señora K? Conocemos que nada terminó allá.

"Usted habla en nombre de los hombres, olvidando a las mujeres", dijo K, y quiso hablar como portavoz de las mujeres peruanas, a lo cual Castillo replicó: ¿Cómo va a hablar en nombre de la mujer quien permitió la esterilización forzada de miles de peruanas durante la dictadura de su padre y no denunció que su madre estaba siendo torturada y electrocutada? Estos son pasivos con los que carga la candidata antes del minuto cero de la polémica. La K no puede hablar en nombre de las mujeres que trabajan y tampoco en nombre de la mujer en general.

 

Como decíamos al comienzo, la señora K tenía la polémica perdida antes que se exhibiera ante cámaras. Pedro Castillo demostró haber superado ciertas dificultades de discurso y no desaprovechó ocasiones de vulnerabilidad de su oponente como en la primera polémica que recordamos como “lamentable”. Pero hay un pueblo que ya está ejerciendo su derecho a elegir en calles y plazas, y la diferencia con los mítines y marchas fujimoristas es notable. A ese pueblo le interesa un comino los resultados de esta segunda polémica, más bien viene a reforzar su vocación antisistémica, sus ganas de mandarlos a todos a la m... y de elegir a alguien que se les parezca, ya sea racialmente, culturalmente o laboralmente. La posición de Pedro Castillo conlleva todo un contenido de clase. Ese es el milagro llamado Pedro Castillo, algo que ni la propia izquierda, -nosotros- no supimos prever. Ahora sí cierro diciendo con ganas: ¡VENCEREMOS! (DC)