lunes, 7 de noviembre de 2022

Dante Castro no le corre al temible número 13 (Maynor Freyre)

 

 Comparto esta noche la mesa con un escritor que sabe sobre las lides de narrar acerca de temas muchas veces considerados tabúes: los combates insurgentes nacidos a partir de las la rebelión de muchos jóvenes atraídos por un discurso violentista que consideraban el único camino para salir del entrampamiento, la injusticia y la miseria en el que la mayoría del pueblo peruano ha permanecido hundido. Un ejemplo es la postración económica en la que aún viven muchos peruanos, en especial los pobladores de Huancavelica, Ayacucho y Apurímac, pese a haber sido escenario de una cruenta guerra interna durante 14 largos años con un saldo de 75 mil muertos y 20 mil desaparecidos, la gran mayoría no combatientes, según informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

Dante Castro Arrasco es un narrador de cuentos por antonomasia. Este viene a ser su déciimo tercer libro de relatos, su en apariencia número trece de la mala suerte.  Sobre su obra han opinado críticos como Ricardo González Vigil, el que, frente a dos de sus libros, Tierra de pishtacos (premio Casa de las Américas en cuento, 1992) y Parte de combate manifestó: “son relatos que abordan la guerra sucia de la vorágine subversiva y antisubversiva desatada en 1980, y relatos que prosiguen la ambientación amazónica con los rasgos presentados en su primer libro Otorongo y otros cuentos, pero aquí con mayor eficacia artística y maduración expresiva”. Señala que sus temas asumen la violencia y el culto al coraje, en una especie de épica heroica.

El poeta Marco Martos a su vez expresa: “Todos los cuentos de Dante Castro son de un realismo trabajado en los que entremezcla la realidad con la fantasía que vive en cada uno de nosotros.”

Por otra parte, el poeta Winston Orrillo dice:” La suya es una dilacerada urdimbre de nuestro tiempo y, de allí, saca personajes y situaciones que no tienen nada que hacer con eso que parece el planteamiento predominante en los autores de la llamada postmodernidad, casi todos ahítos de una condición light que hallamos no solo feble sino absolutamente descartable.”

Al respecto, Castro asegura que “la literatura es un arte solo cultivable por apasionados, inmanejable por profanos, y altamente subversivo en las manos adecuadas”. Será por ello que considera como sus padres literarios a José María Arguedas, César Vallejo, Eleodoro Vargas Vicuña, Francisco Vegas Seminario, Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro y Francisco Izquierdo Ríos.

Ganador de múltiples premios por sus cuentos, como el COPÉ en dos oportunidades, el Inca Garcilaso de la Vega, el César Vallejo, el de las Mil Palabras de Caretas y, en especial, el Premio Casa de la Américas de Cuba en 1992, considera el más valioso el Horacio Zevallos de la Derrama Magisterial por llevar el nombre del gran luchador de los maestros peruanos.

Para este caso, el comentar su reciente libro que nos convoca esta noche, La sombra de la calavera, citaremos lo sostenido por la estudiosa María Elvira Luna Escudero, quien en la revista de estudios literarios Espéculo de la Universidad Complutense de Madrid, afirma: “No creo equivocarme que Dante está como pez en el agua cuando aborda la temática popular: la suya es la voz de los de abajo, pero tratada con una dignidad por todo lo alto.” Y suponemos que eso del pez lo habrá hecho por referencia a su lugar de nacimiento, el Callao (1959), razón por la cual muchos ignaros vetaban de manera absurda los temas de su narrativa que habían tenido como escenario los Andes y la Amazonía peruanas. Sin saber que selva y sierra lo cobijaron en alguna época de su aventurera vida.

Admirador y seguidor de Juan Bosch, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Onelio Jorge Cardoso dentro del cuento latinoamericano, cree con José Carlos Mariátegui: “El artista que en el lenguaje del pueblo escribe una obra de perdurable emoción vale, en todas las literaturas, mil veces más que el que, en lenguaje académico, escribe una acrisolada pieza de antología”. Para Dante Castro esos son inmortales, generalmente quienes no gozaron en vida de sus éxitos, como Vallejo, pero que perviven hoy. Y recuerda la fama de Chocano en sus tiempos, pero cómo pocos lo recuerdan en nuestra época.

Como en un equipo de fútbol, bello deporte que hoy por hoy se ha convertido en un circo por el  que circulan millones de billetes fuertes, Dante Castro ha reunido once cuentos variopintos, empezando por el que da título al libro: “La sombra de la calavera”, donde el tema es el surgimiento de la locura de forma esquizofrénica, pero lo extraño del relato es que quien parece el quiebre mental es un loquero, un psiquiatra de gran talento y reputación, tal vez inoculado por el fenómeno de la transferencia por algún paciente alienado, pues suele alternar con los de género femenino en vista de que considera la formación de una familia algo vetado para la gente de su profesión médica. La presencia de un colega con el cual podría haberse hecho psicoanalizar para limpiar su contagio se va alejando de la escena cada vez más peligrosamente.

El segundo cuento se titula “Pachatigrre” y nos conduce por el mundo de la Amazonía que en anteriores libros ha demostrado dominar con suma destreza. De esta manera nos hace ingresar por los vericuetos de la selva donde insólitos hechos nos vinculan con acciones más tenebrosas que las acontecidas con la explotación de los chiringueros o con los colonizadores: el narcotráfico proveniente de Colombia con su aeropuerto clandestino que es desarraigado por una lideresa conocedora de los secretos herbolarios de la jungla peruana. Gracias a esos secretos trasmitidos por el Pachatigre, Beatriz, la Jefa, es la que halla el cántaro de la fortuna e independiza a su pueblo de la nueva lacra.

En “El patriota” nos damos con un mulato capturado por un palenque de negros cimarrones donde las figuras de Changó y otros dioses afroamericanos van surgiendo para acompañar a un conjunto de patriotas abanderados por el Elegido que salvó de la horca para convertirse en un héroe de la batalla de la Pampa Junín que entrega su vida despojándose de los talismanes que lo protegían contra la muerte. El uso del lenguaje de los negros peruanos se distingue en esta historia recordada por el general Guillermo Miller. Como también nos hace recordar las narraciones de San Salvador de Bahía de Jorge amado, ese enorme escritor brasileño al cual le negaran el Premio Nobel.   

En “El disidente” nos traslada otra vez al ámbito amazónico para mostrarnos de qué manera en el país de “todas las sangres” surge una tribu selvática de hombres blancos, gracias a la transmigración cultural que se opera al integrase a las culturas de ese ámbito un soldado español que se integra a las costumbres y creencias del cuarto suyo del incario.

Con “El pugilista” –recuerdo cómo el afamado periodista Alfonso Tealdo amaba ese término-- nos metemos a la gran urbe limeña, al reconocido colegio de los jesuitas, quienes como buenos guerreros que fueron en pretéritas eras del cristianismo, tratan de educar a sus pupilos llevándolos de paseo a la cercana ciudad de Matucana donde los hacen enfrentarse en pugilatos calzando guantes de box porque admiran el valor y odian, como todo jesuita, la cobardía. Una lección que demuestra que se puede aprender hombría hasta en la fugaz derrota.

“El último refugio” es otro cuento de aprendizaje, entendiendo que la cacería es un deporte que busca en el desafío y la certeza enfrentar todas las adversidades de la naturaleza y mostrar la sabiduría de ciertos animales capaces de destrozarte de un solo manotazo.

En “Tremenda diferencia” nos conduce por los vericuetos de la guerra interna y de las alucinaciones de un indio cargador alcohólico que dialoga con el fantasma de un sacrificado personaje muerto de un balazo por salvar a su trasvestido amor en medio de la guerra sucia, a quien las Fuerzas del Orden menosprecian, pero buscan que utilizarlo como los ojos y oídos contra los terrucos. Un oficial convoca al personaje del relato, un quechua hablante que con las justas paporretea algo de castellano –el narrador usa aquí algunos términos quechuas—a colaborar con él. Una vuelta de tuerca nos hará ver las diversas formas en que se manifestó esta guerra interna donde antes que las balas muchas veces valía el ingenio.

Es en el mundillo de la delincuencia común donde nos introduce esta vez el narrador, para mostrarnos las triquiñuelas de que son capaces los malhechores que se enfrentan a otros más baqueanos y luego saben cómo desorientar a los polizontes tan maleados como todos ellos. Otra vuelta de tuerca nos deparará una sorpresa mayor en “Gatillo fácil”.

“La doctora” pone el tono erótico en el libro, trasladándonos del lejano pueblo ayacuchano de Huancapi al tradicional Pueblo Libre de Lima, rememorando los peligrosos años 80 del siglo pasado para ubicarnos en la época de la pandemia actual, como en un mundo de ensoñación donde una alta abogada algo madura muestra sus rollizos muslos y otras sorpresas.

Pasamos luego al gobierno de Vizcarra, con quien un grupo de alzados filipinos tratan de negociar para obtener sus votos en la ONU, y en medio de toda esta vorágine ajena al siglo XXI peruano, está la colocación de un coche bomba a las espaldas de Palacio de Gobierno. Traiciones, confusiones, técnicas modernas sobre explosivos para armar un coche bomba, se mezclan con chicharrones congelados intragables. Toda una sorna.

Terminamos con “El genio”, ese de los deseos introducido en una mágica botella, capaz de convertirte en príncipe o en sapo, según tu antojo. Cabe también la posibilidad de que, siendo un deudor permanente, con los servicios de luz y agua cortados, pasando incruentas miserias, optes por seguir siendo lo que eres. Y sanseacabó.                                                                                

En síntesis, Dante Castro Arrasco, sin perder en ningún momento su vena popular ni su identificación con los de abajo, nos conduce por los vericuetos de un lenguaje ágil y barrial, por los inevitables choques de clase en un país segregacionista y prepotente, utilizando modernas técnicas para manejar la intriga sin caer en el tecnicismo. Como él mismo asegura, se trata de “una introspección para hallar lo propio, lo oriundo, lo que nadie podrá hacer excepto nosotros”. Es decir, no caer en una literatura insípida, inodora e incolora como hacer el amor con horario rígido o tomar café descafeinado. Porque, en su decir, la literatura es un arte y un medio privilegiado de comunicación social.  No un sumidero de excrecencias.




 

DANTE CASTRO, NARRADOR HETERÓCLITO (Por WINSTON ORRILLO)

                                                              “una chica tan sencilla como un remo de piragua”     (D.C.)






 
Lo que sucede es que Dante Castro usa su reconocida narrativa, para abordar temas distintos, en los que predomina el combate popular y/o la intriga con matices eróticos y con próvido humor.

Verbi gratia, en el presente volumen da vueltas por el Perú entero, desde la Capital, hasta meandros de la selva, que él conoce muy bien.

Y su lenguaje literario ha madurado mucho, si lo hallamos en las siguientes citas: “su sueño era espeso como saliva de serpiente. El resplandor de sus ojos abiertos tallaba las piedras encendidas del cielo…” “Amanecía lentamente, como si a la noche le pesara largarse.” “.te advirtieron de las serpientes, de las caídas y de la soledad que podía ser tan mortal como el peor de los venenos…” “esa herida cubierta de vegetación secundaria…” “en abril rodean Huanta, la esmeralda de los Andes Jéssica tenía dos esmeraldas bajo sus párpados”. "Debió ser al revés. pero las locuras de amor pisotean con sus cascos herrados a la razón.”

Dante Castro Arrasco (Callao, 1959,  ha estudiado Derecho en La Católica y Literatura y Educación en San Marcos; ejerce como periodista y docente, y entre los numerosos premios nacionales e internacionales,  obtuvo el codiciado Casa de las Américas, en 1992.

Es un buido militante y luchador por las irreversibles y urgentes transformaciones sociales.

El libro que ahora tenemos entre manos,  “La sombra de la calavera”, es una suerte de resumen de las temáticas antes abordadas por su pluma: hay intriga, amor a raudales, luchas sociales y, sobre todo, un desenvolvimiento maestro de la narrativa, fruto de su impertérrita madurez.

Los textos son plurales: amor, misterio, aventuras selváticas y ese penetrar, tan suyo, en el universo de la lucha social y la lujuria, no exenta de un manejo de la poesía y del lenguaje que nos demuestra que Dante no se establece en ninguno de sus logros, sino que siempre persigue, como todo creador auténtico, tanto el mejoramiento de su expresión, como el hecho de que su mirada, zahorí, permanentemente nos conduzca a un más allá que, es seguro, hallaremos en los textos que, ahora mismo, se halla pergeñando.

                                                                               FIN