martes, 8 de octubre de 2019

¿CANDIDATO YO?... NO SEÑOR: LA PLATA MANDA


La legislación electoral heredada de Fujimori y Montesinos garantizaba la partidocracia por encima de los ciudadanos. Este sistema hizo de la política un mercado donde todo se compra y todo se vende. En ese mercado, las virtudes y valores que debían acompañar a los “padres y madres de la patria” no tenían importancia. Si a usted le enseñaron a decir la verdad, a no robar, a rendirle culto al trabajo, etc., tenía que aprender a hacer todo lo contrario para sintonizar con la “realpolitik”,  como le llaman algunos huachafos.

La nueva legislación no tiene mucho en qué diferenciarse, porque el sistema electoral sigue siendo el mismo. Nada impide que sectores empresariales, narcotráfico, minería ilegal, monopolios, etc., financien las campañas de quienes deberán representar sus intereses en el próximo congreso. Y nada impide que el dueño de la caja del partido, como también el dueño de la inscripción, le imponga sus condiciones a quienes carecen de ambas. Esto no es muy democrático que digamos.

Problema mayor es para quienes se oponen al sistema y no serían financiables por los monopolios. Pero en este sector, también se reproduce la farsa. En una reunión de políticos de izquierda se pueden llegar a grandes acuerdos, excepto en el gasto. El aporte individual de cada candidato de izquierda a la campaña, es más importante que aquellos a quienes representa. La plata manda.

Los “líderes” son señores feudales que administran sus partidos como los gamonales administraban el agua en un célebre cuento de J.M. Arguedas (“Agua”). A los indios genuflexos y obedientes les corresponde una cuota generosa para regadío, pero a los indios rebeldes ni gota. Los partidos “realmente existentes” (léase: inscritos) tienen caudillos que han amaestrado a sus respectivas clientelas y defenestrado a quienes puedan disentir de los resultados de su indiscutible mediocridad. Por eso es que ahora no prosperan las elecciones ciudadanas abiertas para armar listas de candidatos.

Es gracioso, en ese contexto, ver la disputa entre absurdas egolatrías. Hay quienes creen que tienen posibilidades presidenciales, cuando en realidad jamás serían elegibles. Personajes grises sin carisma, sin discurso, sin historial significativo, actúan desde la izquierda como si fuesen los legítimos portaestandartes de un pueblo que, en lo que va del siglo, no ha parado de luchar. Los sectores sociales en lucha deberían disfrutar del derecho de elegir y tener la posibilidad de ser elegidos.  La militancia de base, los colectivos que se adhieren a un frente, deberían disfrutar de los mismos derechos. Pero la plata manda.

Para que ya no se repita la mercantilización de la política electoral, sería necesaria una transformación profunda de las reglas de juego. La legislación obliga a que los partidos tengan una existencia real, vida orgánica, militancia inscrita, etc. Eso es razonable. Pero la legislación permite que la dictadura de los que más tienen domine a los partidos. Entonces la participación popular masiva, dentro de los propios cánones de la democracia representantiva, se hace imposible.

En los sistemas electorales más avanzados de nuestro continente, el estado tiene la responsabilidad económica de las campañas electorales de los diferentes partidos. A igualdad de recursos, igualdad de oportunidades. Así se evita que los monopolios y el crimen organizado tengan injerencia directa en la vida orgánica de los partidos. Y así se evitaría que tengamos que agradecerles genuflexamente a los señores feudales por prestarnos o arrendarnos su inscripción. Se eliminaría la cuota personal que se exige a cada candidato congresal para que autofinancie su propaganda, como si fuese una inversión particular que luego se recuperará. El secreto de la transparencia es acabar con el negocio lucrativo para darle pase a la participación ciudadana. Luego hablaremos del salario mínimo vital para los congresistas, lo que es un clamor popular.


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