Frente a la actitud provocadora de la ultraderecha y sectores golpistas en Bolivia, Evo Morales ha optado por convocar a nuevas elecciones. Bien por Evo. Renuncia así a la táctica represiva y al terrorismo de estado, para no asemejarse a Piñera en Chile. La continuidad del proceso que ha cambiado a Bolivia, debe garantizarse y si los nuevos comicios tienen como testigos a la comunidad internacional, serán inobjetables. Eso ya se hizo en Venezuela, con testigos de todos los organismos internacionales. Se acusa a Evo de querer perennizarse, pero detrás de la acusación de reeleccionismo están los intereses de grandes transnacionales que no pueden con Evo deshuesar a Bolivia para devorarla en partes.
Gracias al proceso liderado por Evo, Bolivia nunca será otra vez la pariente pobre del Continente. Por eso el imperialismo tiene que esforzarse en tumbar el andamiaje más sólido de la izquierda sudamericana. La experiencia boliviana arrojó cifras en azul, cuando los izquierdismos “realmente existentes” nos habían acostumbrado a la hiperinflación y a la escasez. Bolivia, por su eficacia económica, era el ejemplo peligroso que el imperialismo debía liquidar. ¿Y de qué se agarran? De una frivolidad como el sacrosanto principio democrático-burgués de alternancia en el poder. O sea, de una razón superestructural.
La sola alternancia en el poder no garantiza más democracia. Hay líderes que a pesar de su oposición son obligados por sus bases a reelegirse y eso es lo que pasó con la candidatura de Evo: el movimiento indígena quería que continuase el gobierno en manos de un indígena; y no de cualquier indígena, sino de uno que había demostrado capacidades, honradez y absoluta consecuencia. El movimiento indígena rechazó la candidatura de García Linera “por no ser indígena”, como si eso fuese un baldón, una afrenta a lo que ya se había conseguido. La democracia liberal, tal como está basada en la libre competencia y la libre oferta y demanda, en una sociedad donde hasta el cónyuge es un fusible cambiable, colisionó con la concepción tradicional del liderazgo indígena. Lo hizo adrede: ganar la atención mundial y calumniar a Evo de “dictador altiplánico” y re-re-reeleccionista como Fujimori.
La exportación del terror ultraderechista se inició en países de Europa del Este, fomentando el enfrentamiento de masas contra masas. Ya no se disputaría el territorio, sino a la población. La organización de la violencia antigubernamental, únicamente para atentar contra gobiernos de izquierda o para quien disienta del mandato imperialista, tiene redes internacionales y centrales regionales en comunicación constante con la CIA. La conspiración internacional derechista existe. La internacional del terror ultra derechista existe. La oposición violenta contra la reelección de Evo Morales no fue fruto del espontaneísmo antiautoritario. Hay de por medio muchos intereses: la privatización de empresas y bienes públicos, el extractivismo inmisericorde, las concesiones mineras a monopolios delincuenciales, la recuperación del cacicazgo del BM y del FMI que fueron expulsados de Bolivia, etc. Eso es lo que está en juego y no la simple reelección.
La atención de los ultraderechistas neoliberales y reaccionarios de todo pelaje se ha centrado en Bolivia, pues no les conviene que la propaganda de la insurgencia chilena ni la liberación de Lula ni el fin de Macri ni los triunfos electorales de izquierdas en diferentes partes del continente demuestren la caída global del neoliberalismo. Un orden económico se cae a pedazos bajo la presión de las masas en muchos países, pero ellos tienen solo atención para Bolivia, porque se estaría conjurando la dictadura de una sola persona. El peor desastre internacional de la derecha es la catástrofe en que terminó la oposición venezolana financiada por los grandes monopolios de hidrocarburos y que no pudo ser alternativa, en ninguno de los terrenos, al gobierno de Nicolás Maduro. Ni con la guerra económica y la escasez generada por el imperialismo, el terror antichavista ha podido parir un liderazgo serio y confiable.
Regresemos a Bolivia: Evo Morales debe prepararse a un nuevo triunfo no de una persona sino de una causa. Esa causa, la de los pueblos que luchan por su liberación, puede triunfar electoralmente mediante un proceso serio, transparente y fiscalizado por observadores internacionales confiables erga homnes. El movimiento indígena es vital para la nueva Bolivia que se empezó a construir con Evo, pero debe pensar en que la pureza de sangre o el color de piel no son garantías suficientes de la continuidad del proceso. Eso nada más: se busca garantizar la firme continuidad de un proceso. Si las masas indígenas y no-indígenas apuestan nuevamente por Evo, bienvenido sea. Los liderazgos de largo aliento son objetables por el imperialismo y sus agencias, porque en la volatilidad o fragilidad de la dirección revolucionaria está la clave del triunfo reaccionario. Y mucho más en la división del movimiento popular.
Quienes hemos visto de cerca y por décadas la evolución del movimiento popular en Bolivia, sabemos que lo más difícil fue su unidad. Parecía que la maldición boliviana era su constante micro fragmentación. La era de Evo Morales fue y es la era de la unificación de los pobres que considerábamos imposible en Bolivia. Evo es unidad. Evo es identidad. Por esas y otras razones, el terrorismo ultraderechista buscará atentar contra la vida de Evo, así como ya atentó contra sus familiares y escasas propiedades rústicas de ellos. Ya que no les funcionó provocar el autoritarismo, ahora buscarán azuzar la violencia de masas contra masas y el magnicidio. Nuestra solidaridad plena con quienes en Bolivia combaten y defienden el proceso, porque de ellos depende el triunfo en los próximos comicios. ¡Venceremos!
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