Guillermo sentado y yo de pie en un banquete limeño. |
Guillermo Rodríguez Rivera ha fallecido en La Habana. Me
entero después de unos días, como cuando las noticias se atascaban en los estanquillos de correos. Acuden a mi mente todos los buenos recuerdos con este
eximio intelectual, maestro de Literatura en la Universidad de La Habana,
ensayista y gran declamador. Bellas muchachas cubanas me decían que él era el
feo más hermoso. Se enamoraban de Guillermo, el viejo profesor que leía poesía en
voz alta con una entonación seductora y convincente. El aula paralizada y
silenciosa lo escuchaba. Por eso nadie se perdía una de sus clases.
Lo distinguía la sencillez de los grandes, aquella que
espíritus mezquinos no suelen practicar. Ya los años le pasaban la cuenta en
agosto de 1992, calor abrasador en el verano caribeño, pero él se esforzaba en
caminar hasta Casa de las Américas para compartir, departir, conocer gente. Así
lo conocí, mascando él un grueso tabaco Cohiba, se había enterado que el
peruano que ganó el Premio Casa de ese año estaba de paso, digo, es un decir.
No sabía aún que había llegado para quedarme. Ese año, 1992, Vallejo cumplía
cien años y el centenario fue fastuoso en La Habana, llegaron los más
distinguidos vallejianos de todos los continentes. Guillermo Rodríguez Rivera
era vallejiano, tan vallejiano como otro de mis grandes y viejos amigos: el
cubanísimo poeta Luis Suardíaz. Cuba era y es vallejiana, así lo demostró en
1992. Bastaba ir a la casa de Silvio Rodríguez y encontrarse de sopetón, al
entrar, con un enorme retrato del autor de Trilce coronando la sala. En medio
de esa vorágine, Guillermo Rodríguez Rivera, mascando su enorme tabaco y
echando humo por las fosas nasales, me decía que quería ir a Lima para conocer
el camino de Chabuca Granda, del puente a la alameda. Le prometí que sería su
guía.
Y debo decir que quien más me instruyó acerca del Grupo
Orígenes, de la poesía de Lezama Lima, de Nicolás Guillén, del cubano-español Alfonso
Hernández Catá, fue este oriental nacido en Santiago de Cuba en 1943. ¿Cómo no
prometerle aquello que él más ansiaba de mi patria?
Guillermo Rodríguez Rivera (con su tabaco) al lado de Luis Rogelio (Wichy) Nogueras, otros poetas y Silvio Rodríguez, todos con César Vallejo. |
La promesa se cumplió dos años después. Pude regresar a Lima
aprovechando una circunstancia a mi favor y en medio de una ciudad totalmente
dominada por la dictadura fujimorista, coincidir con Guillermo Rodríguez Rivera.
“Ahora sí, no te libras de mí, cojones”, me dijo socarrón apuntándome con su
infaltable Cohiba. Estábamos departiendo con poetas peruanos en un restaurante
del centro y podía llevarlo a Guillermo hacia el puente Balta y de allí
llegaríamos al distrito del Rímac, siempre caminando, hasta la alameda de los
Descalzos. Confieso que fui desconsiderado,
pues Guillermo tenía 51 años y yo 35, pero había fumado tantísimos habanos que
se cansaba al andar. Se quejó de sus pies, también. Aún así se empeñó en
proseguir y culminar el ansiado tránsito que narra Chabuca Granda en su célebre
vals. Los balcones virreinales, los zaguanes y portales hicieron que su
imaginación lo trasportase a tiempos inmemoriales. Feliz y dichoso, aunque con
paso calmo, recorrió la alameda mientras tarareaba La flor de la canela. El
regreso sí lo hicimos en taxi.
Un nuevo giro de la historia hizo que viajase con urgencia a
Cuba. Las cosas no iban bien para mí. Apenas aterricé en el aeropuerto José
Martí, me encontré con un recibimiento inolvidable. Además el entonces joven literato
Ernesto Sierra, había convocado a Guillermo Rodríguez Rivera para pasar una
velada poética tomando ron del bueno y compartiendo lo que se pudiese compartir
en pleno periodo especial. Y Guillermo no quiso recitar, se empeñó en cantar
valses peruanos, boleros cubanos, todo acompañado por el piano del dueño de
casa, un joven poeta del cual no recuerdo su nombre pero que agitaba la melena
constantemente. Una botella de ron por cabeza y todos cantábamos o
desafinábamos con Guillermo, con Ernesto, con el pianista y las novias
ocasionales que engalanaban la noche.
Guillermo era de los poetas y ensayistas que hicieron posible la revista El caimán barbudo, en el amanecer de una revolución que publicaba no solo a los poetas cubanos, sino también a los autores latinoamericanos que de pronto vestían el uniforme verde olivo y se hacían guerrilleros. La generación de El caimán barbudo fue rebelde a todos los dogmas del socialismo real dentro del arte y la literatura. Entre sus obras (las de Guillermo) destacan la exitosa novela policial "El cuarto círculo" (1976), escrita junto a Luis Rogelio Nogueras (1944-1985); y los ensayos "Exploración de la poesía" (1981), con Mirta Aguirre (1912-1980); "Sobre la historia del tropo poético" (1984) y "Crónicas del relámpago" (2008). Su antología poética "Canta", publicada en 2003, le valió el prestigioso Premio de la Crítica de la isla.
Años después nos volvimos a ver, en la Feria del Libro de La
Habana 2005. Pude visitar con las justas al poeta Luis Suardíaz, quien murió a
las dos semanas por un cáncer, a los 69 años. Ernesto y su compañera nos
agasajaron en su casa de El Vedado, muy cerca a Casa de las Américas, pero no
se nos ocurrió otra velada de amanecida como la de aquella vez. No hubo un siguiente reencuentro con Guillermo
Rodríguez Rivera.
12 años después me entero de su deceso y no me imagino La
Habana sin mis viejos amigos o amigos viejos, como el periodista Orlando Castellanos,
como Luis Suardíaz o el mismo Guillermo Rodríguez Rivera. Son gratas voces que
se han apagado, fueron archivos vivientes de memorias y tiempos idos,
gloriosos, triunfantes y también luctuosos como todas las historias de Nuestra
América. Si regreso a Cuba alguna vez, digo, es un decir, dejaría una flor en
el mar del malecón habanero en memoria del poeta Guillermo Rodríguez Rivera.
Descansa en paz, grandísimo fumador.
Una voz privilegiada para la poesía... |
CÓDIGO LABORAL
No seas deshonesto, poeta,
ensayista, novelista.
La deshonestidad traza un breve camino
centelleante,
que no va a ningún sitio.
ensayista, novelista.
La deshonestidad traza un breve camino
centelleante,
que no va a ningún sitio.
No jures por la luna, hombre de letras.
Asume tu destino
que, digan lo que digan,
estás hablando para siempre
y tus palabras
van a quedar escritas sobre piedra.
Asume tu destino
que, digan lo que digan,
estás hablando para siempre
y tus palabras
van a quedar escritas sobre piedra.
Si no vives con la verdad,
guarda tu pluma;
si tienes que mentir,
busca otro oficio.
guarda tu pluma;
si tienes que mentir,
busca otro oficio.
Para salir del siglo XX, 1994.
Guillermo: un maestro que dejo huellas. Tuve el privilegio de ser su alumna en la Universidad de La Habana cuando estudiaba Filología. Cómo olvidar esas tertulias entre canciones, poemas, buen vino y mucho humor. Como olvidar las veces que lo entrevisté para los documentales que realice. Irreparable pérdida para la cultura cubana y latinoamericana.
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