Estoy sumamente
orgulloso de presentar la primera obra literaria de mi amigo y compañero César
García Lozada. Se trata de la novela Hágase
la luz, una intensa narración de hechos y circunstancias que
acontecieron durante los años más álgidos de la guerra interna que vivió el
Perú en los años ochenta del siglo pasado. Ya el maestro Maynor Freyre, eximio
narrador, ha resaltado las principales virtudes estéticas del libro, pero me
compete decir algo más de aquello que percibí cuando leí los primeros
borradores que su autor me alcanzó hace medio año. Nos topamos con personajes
bien retratados y con sus respectivos perfiles sicológicos afectados por las secuelas
de enfrentamientos, matanzas y actos de sabotaje. Y como dijo el célebre filósofo español
Ortega y Gasset, el hombre es él y sus circunstancias.
La novela Hágase la luz narra las
peripecias de un equipo de técnicos y profesionales que trabajaban en la implementación
de grandes planes de electrificación de pueblos olvidados en la región de
Ayacucho. Como saben los lectores, Ayacucho fue el centro del accionar
subversivo, la cuna de una guerra que se haría extensiva a nivel nacional. Por lo tanto, los operarios y profesionales
tenían que trabajar entre dos fuegos, en plena zona de emergencia, donde se
habían suspendido las garantías constitucionales. Donde la vida valía nada.
Pero la novela Hágase la luz no es un
anecdotario frívolo, no es un largo relato divertido, no es una simple memoria
biográfica trasladada a la literatura. En este caso, la obra literaria tiene
superior valor en aquello que el lector puede descifrar entre líneas y en la
riqueza de su contenido testimonial. Más
que una novela, es un testimonio y un juicio.
Nos interesa de
sobremanera aquello que juzga el autor. Una parte de la historia del Perú ha
sido procesada por el novelista, quien ha creado a un narrador
omnisciente, que, en hábil suplantación del escribidor, se confiesa como
testigo de los hechos. Emite así un juicio sobre los perpetradores de grandes
matanzas, genocidios, asesinatos selectivos, torturas y desapariciones en
Ayacucho. La sentencia de César García Lozada es moral, como la de cualquier
otro buen autor de obras literarias. Bien se ha dicho que los escritores y
poetas son los jueces anónimos de la humanidad. Y César ofrece al lector una
visión panorámica del escenario de la guerra, del naufragio vivencial de cada
uno de sus personajes, de la violencia que se convierte en el pan de cada día y
de la fatalidad a la cual es difícil escapar.
Hágase la luz tiene un título sugerente y simbólico: los sediciosos de
Sendero Luminoso derribaban torres de alta tensión, sumiendo a los pobladores
en tinieblas, mientras que los trabajadores e ingenieros de Electroperú se esforzaban
por extender el servicio a todas las provincias y distritos. En un pueblo, los subversivos se pusieron de
acuerdo con los ingenieros para traer la luz a sus calles y casas, lo cual resultaba
una simpática paradoja. Pero al mismo tiempo el veredicto de este juez anónimo
sentencia a las fuerzas armadas y policiales como los principales responsables
del derramamiento de sangre inocente. No dijimos batallas regulares entre dos
fuerzas en armas, sino exterminio injustificable de población civil
desarmada. Como siempre, los muertos los
pone el pueblo. Y mientras los muertos sean del pueblo o se apelliden Mamani,
Quispe, Cóndor, Huamán, Juscamayta, etc., el Perú oficial no se conmoverá. Las
fosas comunes y los cementerios clandestinos no guardan los cadáveres de las
clases pudientes. Y este es un mérito irrefutable de Hágase la luz. Ha denunciado ante los ojos de
miles de lectores los crímenes de lesa humanidad que se cometieron dizque para acabar
con el terrorismo. Y para los apologistas del terrorismo de estado, podemos
aclararles: ninguna fosa común acabó con la subversión, ninguna masacre,
ninguna campaña de exterminio de campesinos. El final lo produjo un operativo
policial donde no se disparó una sola bala, en 1992.
César García Lozada le
ha puesto un ingrediente de crudeza descriptiva a cada capítulo de su novela.
Por ello podemos decir que es un autor hiperrealista, es un escritor que no
teme impactar al lector con cuadros patéticos que no son fruto de su invención,
sino que son cosecha del observador en el mismo teatro de operaciones. Por
parajes inhóspitos y por breñales ásperos se encuentran cadáveres en
descomposición, pero también hay perros vagabundos devorando esos cadáveres y
hasta cerdos que se alimentan de los restos de sus dueños y luego serán
beneficiados para consumo humano. Una comunidad es forzada por los militares a
combatir contra la subversión y solo pueden demostrar que lo hicieron si
asesinan y descuartizan a pobladores de otra comunidad. Un amigo de infancia se encuentra con el
personaje principal y resulta que es un policía vestido de civil que investiga
a quienes son sospechosos de ser subversivos para luego detenerlos, torturarlos
y desaparecerlos. Sadismo, indolencia y los más bajos instintos se han legitimado
dentro del escenario de una guerra en la cual han proscrito los convenios de
Ginebra.
Y sin embargo, dentro
de la tormenta que describimos, hay sitio para el amor, la amistad, el
compañerismo y la fraternidad entre bebedores compulsivos que no sabían si el
día siguiente sería el último. Copular locamente y emborracharse de manera
suicida eran compensaciones a terribles riesgos y limitaciones sentimentales.
Porque todos huían de un fracaso sentimental, de una hecatombe familiar o de
una derrota personal. Tal vez por eso habían llegado a trabajar en Ayacucho, que
en quechua significa “rincón de muertos”, un lugar que estaba en plena
guerra y por ello no era atractivo para quienes pretendieran prolongar la vida.
Por las razones
expuestas, me he sentido tentado a presentar este libro que me impactó desde la
primera lectura. La literatura siempre ha de llegar a la revelación de los
hechos más luctuosos de una guerra, antes que el periodismo y las
investigaciones académicas. Hágase la luz se inscribe en la
tradición narrativa de la violencia que vivió el país desde 1980 a 1992 y como
hemos dicho, reconocemos no solo sus valores artísticos y literarios, sino
también su riqueza como testimonio de una etapa que el subconsciente colectivo
aún no ha terminado de procesar. Bienvenido César a este camino de la
literatura-verdad. Salud por tu obra.
Una novela que merece un mayor reconocimiento literario. Pero como no es tratada como un best seller policial, la crítica oficial la ignora.
ResponderEliminarUna novela que merece un mayor reconocimiento literario. Pero como no es tratada como un best seller policial, la crítica oficial la ignora.
ResponderEliminarMuy cierto, querido Maynor.
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