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DANTE CASTRO ENTRA A LA TEMÁTICA BARRIAL DEL BRAZO DE UN PAR DE "GORDAS AL AMANECER"
La temática popular como corriente irónica en Gordas al amanecer de Dante Castro
Maynor Freyre
Dante Castro Arrasco es un narrador de cuentos por antonomasia. Este viene a ser su sexto libro de relatos. Sobre su obra han opinado críticos como Ricardo González Vigil quien frente a dos de sus libros, Tierra de pishtacos y Parte de combate manifestó: “son relatos que abordan la guerra sucia de la vorágine subversiva y antisubversiva desatada en 1980, y relatos que prosiguen la ambientación amazónica con los rasgos presentados en su primer libro Otorongo y otros cuentos, pero aquí con mayor eficacia artística y maduración expresiva”. Señala que sus temas asumen la violencia y el culto al coraje, en una especie de épica heroica.
El poeta Marco Martos a su vez manifiesta: “Todos los cuentos de Dante Castro son de un realismo trabajado en los que entremezcla la realidad con la fantasía que vive en cada uno de nosotros.”
Por otra parte, el poeta Winston Orrillo dice: ”La suya es una dilacerada urdimbre de nuestro tiempo y, de allí, saca personajes y situaciones que no tienen nada que hacer con eso que parece el planteamiento predominante en los autores de la llamada postmodernidad, casi todos ahítos de una condición light que hallamos no solo feble sino absolutamente descartable.”
Al respecto, Castro asegura que “la literatura es un arte solo cultivable por apasionados, inmanejable por profanos, y altamente subversivo en las manos adecuadas”. Será por ello que considera como sus padres literarios a José María Arguedas, César Vallejo, Eleodoro Vargas Vicuña, Francisco Vegas Seminario, Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro y Francisco Izquierdo Ríos.
Ganador de múltiples premios por sus cuentos, como el COPÉ , el Inca Garcilaso de la Vega, el César Vallejo, el de las mil palabras de Caretas y, en especial, el Premio Casa de la Américas de Cuba en 1992, considera el más valioso el Premio Horacio Zevallos de la Derrama Magisterial por llevar el nombre del gran luchador de los maestros peruanos.
Para este caso, el comentar su reciente libro que nos convoca esta noche, Gordas al amanecer, citaremos lo sostenido por la estudiosa María Elvira Luna Escudero, quien en la revista de estudios literarios Espéculo de la Universidad Complutense de Madrid, afirma: “No creo equivocarme que Dante está como pez en el agua cuando aborda la temática popular: la suya es la voz de los de abajo, pero tratada con una dignidad por todo lo alto.” Y suponemos que eso del pez lo habrá hecho por referencia a su lugar de nacimiento, el Callao (1959), razón por la cual muchos ignaros vetaban de manera absurda los temas de su narrativa que habían tenido como escenario los Andes y la Amazonía peruanas. Sin saber que selva y sierra lo cobijaron en alguna época de su aventurera vida.
Admirador y seguidor de Juan Bosch, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Onelio Jorge Cardoso dentro del cuento latinoamericano, cree con José Carlos Mariátegui: “El artista que en el lenguaje del pueblo escribe una obra de perdurable emoción vale, en todas las literaturas, mil veces más que el que, en lenguaje académico, escribe una acrisolada pieza de antología”. Para Dante Castro esos son inmortales, generalmente quienes no gozaron den vida de sus éxitos, como Vallejo, pero que perviven hoy. Y recuerda la fama de Chocano en sus tiempos, pero cómo pocos lo recuerdan en nuestra época.
Ahora sí, nos metemos de frente con las Gordas al amanecer, diez cuentos donde pervive la temática popular tratada con dignidad y con el lenguaje del pueblo, como con justeza descubre la vena creativa de nuestro autor María Elvira Luna Escudero en la revista de la Universidad Complutense en texto remitido desde la Howard University/The Jonhs Hopkins U.
La decena de excelentes relatos de Castro empiezan con “Amor filial”, una sátira para aquellos que se deshacen de sus viejos familiares como quien no quiere la cosa, dentro de la cotidianeidad, porque para sus cómodas vidas les resultan pesados y onerosos. Incluso recurren a “rebajarse” a labores de albañilería con tal de no dejar huella de su maldad. Pareciera que retornáramos a la época colonial donde los misteriosos emparedados surgían intempestivamente de las viejas casonas o a algún cuento de Edgard Allan Poe.
“Chocolate espeso” no nos plantea, como empieza el dicho, las cosas claras, sino que se vale de los enredos convenientes que te conducen a una pusangueada amazónica fallida aunque productora de una pasión desbocada que termina de manera fatídica.
“Los dientes del tiburón” nos enfrentan a un puritano poseedor de un pasado plagado de deslices abracadabrantes en una anterior vida sexual, frente a quien va en búsqueda de un guía que enderece sus veniales pecadillos.
“Gordas al amanecer” –título que da nombre a la obra— enfrenta a todo un fino señor burgués con una recicladora joven y apetitosa que irrumpe en su plácida vida para empujarlo no a un enfrentamiento de clase, sino a un reclamo airado que bien puede mudarlo de su cómodo domicilio a las mazmorras de alguna pestilente cárcel.
“La gorda que vino de Europa” invierte el rol de la mujer sorprendida y abusada por el varón machista, para mostrarnos a un hombre al cual una mujer seduce para “sacarle” un hijo, utilizando ese término tan aberrante cuando una joven cae en las garras de una pasión equivocada y sale encinta.
“La noche de los brujos” nos traslada a una secreta noche subversiva de pintas donde un alborotador político huyendo de la persecución policial termina en un aquelarre de San Pedro que lo lleva a descubrir cómo de manera indirecta le están suministrando al protagonista del cuento una pusanga que lo enloquece frente a la empleada de la casa, quien sufrirá un grave castigo social.
“Libertad restringida” nos lleva a descubrir la segregación que sufre un liberado político al salir de prisión, repudiado por sus amigos y empujado a los actos delincuenciales comunes, salvándose al descubrir la solidaridad popular y el enrolarse en la vida diaria del pueblo por el cual él creía luchar, cuando bajar al pueblo era su única salvación.
“Peste rosa” enfrenta los prejuicios ante las enfermedades sexuales endémicas y el sufrimiento de creer que se padece una de ellas. El hogar se hace trizas y las dudas de una y otra parte de la pareja hacen que descubramos los graves prejuicios incrustados en nuestra mente repleta de intolerancias.
“Sonia” es un potente relato en base a los recuerdos de un joven palomilla que se enfrenta a ciertas remembranzas de sus primeras andanzas de patota de esquina, ahora ya hecho todo un jurisconsulto de cuello duro. El lector de barrio popular se habrá de enfrentar a sus lejanas palomilladas rayanas en lo delincuencial.
En síntesis, Dante Castro, sin perder en ningún momento su vena popular ni su identificación con los de abajo, nos conduce por los vericuetos de un lenguaje ágil y barrial, por los inevitables choques de clase en un país segregacionista y prepotente, utilizando modernas técnicas para manejar la intriga sin caer en el tecnicismo. Como él mismo asegura, se trata de “una introspección para hallar lo propio, lo oriundo, lo que nadie podrá hacer excepto nosotros”. Es decir, no caer en una literatura insípida, inodora e incolora como hacer el amor con horario rígido o tomar café descafeinado. Porque, en su decir, la literatura es un arte y un medio privilegiado de comunicación social. No un sumidero de excrecencias.
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