sábado, 30 de octubre de 2010

EL FIN DE LOS DERECHOS LABORALES (Por Jorge Rendón Vásquez)


El profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos repasa cómo en el Perú los trabajadores dejaron de gozar de beneficios que les otorgaba la ley, para ser sólo “máquinas” al servicio del empresariado.

Hacia el fin de la década del ochenta, los trabajadores peruanos gozaban de un conjunto de derechos sociales que les permitían un nivel de vida en ascenso, pese a los estragos de la astronómica inflación de ese quinquenio.

La marcha hacia esos derechos se había iniciado con la jornada de ocho horas, arrancada al gobierno oligárquico de José Pardo, en enero de 1919, con una histórica huelga. Desde entonces, la penosa y constante acción de los trabajadores, respondida por los empresarios y sus gobiernos con una sistemática persecución, la prisión, las torturas y, en no pocos casos, la muerte de los militantes sindicales, fue dejando como saldo nuevos derechos sociales.

Con el gobierno del general Juan Velasco Alvarado, el cuadro de derechos laborales, individuales, colectivos y de seguridad social, se amplió considerablemente, con lo cual los trabajadores incrementaron su poder de compra e impulsaron el crecimiento de la producción nacional.

La contraofensiva de los empresarios comenzó con el gobierno de Morales Bermúdez a partir de agosto de 1975, pero fue detenida con la Constitución de 1979.

Se reanudó en 1990 con el programa electoral del candidato a la Presidencia de la República Mario Vargas Llosa, en el que se proponía lisa y llanamente suprimir la mayor parte de derechos sociales, y someter la fuerza de trabajo a las reglas del mercado, aplicando las instrucciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Tratando de defenderse, los trabajadores votaron en la segunda vuelta por el candidato rival, Alberto Fujimori, quien, gracias a ellos, ganó. Pero Fujimori no cumplió su palabra y, por el contrario, aceptó el apoyo de los empresarios, que habían respaldado al ahora Premio Nobel, y su programa neoliberal y flexibilizador. Los dejó gobernar y los derechos sociales comenzaron a caer entre agosto de 1990 y diciembre de 1991, con el consentimiento casi unánime de los grupos parlamentarios. De ese período es el Decreto Legislativo 728 que reordena las normas relativas al contrato de trabajo a favor de los empresarios.

Pero, como la campaña antilaboral no era todo lo rápida que los empresarios exigían, Fujimori, impulsado por ellos y con la activa participación de la cúpula militar se aventuró a dar el golpe de estado de abril de 1992. Luego, los empresarios y sus testaferros ya en el control del Estado les sacaron a los trabajadores el resto de sus derechos sociales más importantes. Cayeron la estabilidad laboral, la libertad sindical, el derecho a la negociación colectiva por rama de actividad, la jornada de ocho horas y la semana de cuarenta y ocho, y el pago por horas extras, la participación patrimonial en la empresa; los poderes del empleador para extender la duración del trabajo, trasladar al trabajador, sacarle el descanso en domingo, y sancionar fueron ampliados; se generalizó el alquiler de trabajadores con los “services” y la tercerización, etc. etc.. Económicamente todo esto les sustraía a los trabajadores una parte de su poder de compra y lo transfería a los empresarios como ganancias. Las dictaduras se implantan para eso.

Luego de la fuga de Fujimori al Japón en noviembre del 2000, los dos gobiernos siguientes les señalaron a los dirigentes de las centrales sindicales “la concertación social” como el procedimiento para recuperar los derechos sociales perdidos. Ingenuamente esperanzados, los dirigentes sindicales fueron a sentarse en la mesa del Consejo Nacional de Trabajo. Ninguno quiso escuchar la voz del sentido común que les gritaba que los empresarios jamás consentirían perder allí lo que habían logrado imponer durante el gobierno de Fujimori. Seis años después, de esas conversaciones privadas salió un proyecto de Ley General del Trabajo con el festivo aplauso de los ministros y funcionarios de Trabajo. Todos ellos decían orgullosamente que se había logrado aprobar por consenso el 85% del articulado.

Recién en la Comisión de Trabajo del Congreso de la República, el dichoso Proyecto pudo ser conocido por quienes no habían participado en su redacción. Las cúpulas sindicales habían admitido por consenso casi todas las normas dadas por el gobierno y el parlamento de Fujimori.

La resistencia al Proyecto vino de un grupo de dirigentes sindicales y de algunos juristas empeñados en la defensa de los trabajadores. Parte de esta campaña fueron mis Observaciones puntuales a los artículos del Proyecto perjudiciales a los trabajadores, en un estudio de cuarenta páginas que no pudo ser refutado.

Era tan aberrante la convalidación de la legislación antilaboral de la década de Fujimori que contenía el Proyecto que numerosos congresistas se negaron a tramitarlo y quedó bloqueado entre la Comisión de Trabajo y el Pleno del Congreso desde 2007. Sin embargo, el peligro no estaba conjurado.

En agosto del presente año, el nuevo Presidente de la Comisión de Trabajo declaró que haría aprobar el Proyecto de Ley General del Trabajo y dispuso que sus asesores lo rescataran del archivo. Las cúpulas sindicales manifestaron su conformidad en una reunión llevada a cabo en el auditorio José Pardo y Aliaga, el 22 de octubre, ante un bullicioso grupo de trabajadores que esperan ser repuestos en los organismos del Estado y que desconocían para que los habían reunido. De nuevo se invitó a algunos abogados empresariales a la Comisión de Trabajo del Congreso y se evitó la presencia de los dirigentes sindicales y abogados laboralistas en desacuerdo con el Proyecto.

Aun cuando se ignore el significado de una ley general, cualquier persona puede advertir que, aprobado ese Proyecto por el Congreso, recuperar los derechos laborales arrebatados a los trabajadores con su articulado tomará de unos veinte a treinta años. Es también claro que la restitución de esos derechos debería haber comenzado hace mucho, con la modificación de cada ley que los elimina.

El Presidente de la Comisión de Trabajo del Congreso pertenece, al parecer, al Partido Nacionalista. ¿Es ésta la posición de este Partido, distinta de su Propuesta para las elecciones de 2011, publicada hace unos días, o ese representante actúa por cuenta propia movido desde las sombras por algún grupo?


Artículo publicado en el diario La Primera, sábado, 30 de octubre de 2010

lunes, 25 de octubre de 2010

LA UNIDAD POR EL MISMO CAMINO DE DERROTAS


La izquierda continúa viviendo de espaldas a ese gran universo de trabajadores y estudiantes jóvenes que no encuentran un lugar en sus filas ni se identifican con un mensaje que no los incluye. Como vemos en la foto del 2do. Encuentro (23/10/10) el público, en su amplia mayoría, está formado por personas sumamente mayores. La mesa directiva, igual. Esta imagen vale más que mil palabras. Hay una izquierda que sigue considerando la participación electoral como la forma principal de lucha, pero ni aún así, lo sabe hacer bien. Una izquierda que no se toma en serio la representación de todos los trabajadores, está suicidándose. Una izquierda que no se renueva, está destinada a extinguirse. Sólo para los ingenuos existe la esperanza. Y la fe en alianzas sin principios ya se está viendo defraudada en el caso de Susana Villarán, con el casi triunfo de Fuerza Social en Lima, pero con el viraje hacia propuestas de derecha y la exclusión de la izquierda.

LA VERDADERA SITUACIÓN DE LA CLASE TRABAJADORA

Hay en el Perú cuatro centrales reconocidas: Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP), Confederación de Trabajadores del Perú (CTP), Central Autónoma de Trabajadores del Perú (CAT) y Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Pero ninguna de ellas puede hoy autoproclamarse como defensora de los derechos de todos los trabajadores. Están estancadas e inmovilizadas por el triunfo del neoliberalismo y su estrategia de fragmentación de la clase trabajadora.

Durante los diez años de Fujimori, disminuyó en un 76,3 % la cantidad de convenios colectivos. Eso es ya un indicador suficiente que demuestra la inviabilidad del proceso bajo determinadas condiciones. Actualmente, apenas el 3 % de los trabajadores asalariados están afiliados a un sindicato, cuando en 2001 era el 5,2 % y en 1998, el 7,7 %, según registra el Ministerio de Trabajo. La OIT estima que el 8 % de la población económicamente activa (PEA) está sindicalizada. Lo que quiere decir es que el 92% no pertenece a un gremio laboral.

Lejos estamos de las condiciones existentes en el Paro Nacional del 19 de julio de 1977, cuando el 30% de la Población Económicamente Activa (PEA) estaba integrada en sindicatos, y la máxima organización laboral (CGTP) controlaba el 80% de estas agrupaciones.

En las dos últimas décadas, se generalizó la tercerización. Es decir, la subcontratación mediante un tercero, que lo hacen empresarios nacionales y grandes empresas transnacionales. Así el empleo es temporal, mas nunca lo será seguro, constante, en planillas, etc. Bajo la dictadura de Fujimori y Montesinos se crearon más de veinte formas de contratación que permiten al empleador eludir sus obligaciones hacia sus trabajadores, como aportes para la jubilación, seguridad social, vacaciones y licencias de maternidad. Con estas fórmulas se eluden también la jornada de ocho horas, seguro contra accidentes de trabajo, derecho de sepelio y el descanso dominical.

Tras diez años desde que el dictador Alberto Fujimori fue derrocado por la insurgencia popular, la herencia que dejó, en la misma línea neoliberal que precariza los derechos de la clase obrera, ha sido continuada por los tres últimos gobiernos “democráticos”. La tan cacareada “reactivación económica de Perú” y el fomento a la inversión extranjera no se basan exclusivamente en la disminución de tasas arancelarias o en la desaparición del Estado de la economía, sino en la volatilización de los derechos laborales.

Pues bien, la inmensa mayoría de población laboral bajo contratos de tercerización, está compuesta por jóvenes de menos de 25 años. Lo que constatamos en diversos centros de trabajo donde todavía hay presencia de sindicatos, es que los trabajadores sindicalizados (que son minoría) se muestran indiferentes ante el drama pavoroso de los contratados. Allí no existe solidaridad de clase, sino discriminación.

LA JUVENTUD INVISIBLE ANTE LA TÁCTICA ELECTORAL DE LA IZQUIERDA

Según cifras de la ONPE, la población electoral joven suma 5’437,419 (menores de 29 años) que es un 28% de la población electoral nacional. Según el INEI y la Organización Internacional de Trabajo (OIT), hay cuatro millones 723 mil jóvenes menores de 29 años en la población económicamente activa (PEA), aproximadamente un 31% de la fuerza laboral del Perú.

Sólo en Lima Metropolitana la tasa de desempleo en jóvenes de 15 a 24 años fue de 16,8%. Y hay jóvenes que optan por crear sus propios puestos de trabajo. Cada vez son más los que, desde los 20 años, emprenden sus proyectos.
“En el Perú la población juvenil está definida como aquellas personas entre los 15 y 29 años, conforme a la ley Nº 27802 del Consejo Nacional de la Juventud (CONAJU)”. Pues bien, en nuestro país la juventud representa el 28.5 % (7'442,641 de jóvenes) de la población nacional, según el censo realizado por el INEI en el 2005. De acuerdo con la OIT, durante el 2009, la mayor proporción de personas desempleadas está conformada por jóvenes. Y como reconoce el JNE, más de seis millones de jóvenes a nivel nacional ejercerán su derecho a voto en las próximas elecciones del 2011.

Así los jóvenes trabajadores se encuentran ante una orfandad de representación política. Sus líderes, cuando surgen, tienen los días contados para su expulsión. Desvinculados de sus centros laborales, tampoco hay un partido que los incorpore a la actividad política. Y si van en busca de los partidos “realmente existentes” no encuentran lugar dónde desarrollar esa actividad.

EL CASO EJEMPLAR DE CONSTRUCCIÓN CIVIL

El gremio de Construcción Civil, dirigido por Mario Huamán, dice representar a 110 mil obreros. Hay ciertamente un aumento de la plana laboral en éste sector, pues la industria construcción cobró auge bajo el gobierno de Alejandro Toledo (2001-2006) quien por medio del programa "Mi Vivienda" impulsó la edificación masiva de departamentos y casas en Lima y provincias. Según cifras oficiales, el sector duplicó su dinámica en el actual gobierno aprista, que sumó a "Mi Vivienda" otros programas, con la construcción, entre agosto de 2006 y diciembre de 2009, de unas 112,744 casas y departamentos. . El crecimiento del sector fue reforzado con obras de infraestructura deportiva, hospitalaria y vial en Lima y Callao.

Pero las mafias de delincuentes comunes dirigidos desde los centros penitenciarios, amenazan de muerte a los empresarios para exigir el pago del 2 por ciento del costo de la obra, lo que significaría entre 20 mil y 200 mil dólares. Otra exigencia es el pago de bonos especiales de “paz laboral” o la contratación obligatoria de “trabajadores fantasmas”, quienes que no asisten a laborar, pero cobran un promedio de 550 dólares mensuales. Los obreros también son extorsionados por el pago obligatorio semanal de 12 dólares; y quien se niega a cumplir con el “impuesto”, es asesinado. En los últimos seis meses del 2009, se calcula que las mafias cobraron a empresarios y trabajadores un millón 400 mil dólares.

Lo que nos quiere decir esta realidad, es que una parte considerable de jóvenes obreros de la construcción está a merced de las mafias y que el sindicato no es un referente válido. También nos dice algo más: que si el secretario general Mario Huamán quisiera proponerse a representar a su sector en la escena electoral, tendría serias dificultades. Esta crisis de representatividad electoral se multiplica en otros sectores laborales, como el SUTEP, que se calculan sus agremiados en número de 80 mil; la Federación Nacional de Trabajadores Textiles del Perú con 4.000, el Sindicato de Docentes en Educación Superior del Perú (Sidesp) con 1.680 afiliados y el Sindicato de Trabajadores de Telefónica con 1.500, etc. Se demuestra, hasta en las marchas, que no están allí todos los que deberían estar y que un gran porcentaje de la PEA, especialmente los más jóvenes, padecen del síndrome de la despolitización. Queda demostrado: el liderazgo gremial no garantiza el éxito electoral.

LA IZQUIERDA BUSCA LA UNIDAD…SÓLO CUANDO HAY ELECCIONES…

Los partidos de la izquierda tradicional han tenido el tiempo necesario y suficiente para establecer fórmulas de unidad. La votación masiva por Ollanta Humala, el 2006, les dio una señal de alerta, pues fue la expresión de sectores de votantes que buscaban una candidatura única contra el neoliberalismo. Desde el 2006 hasta hoy, Ollanta ha evidenciado sus máximas debilidades políticas hasta el grado de no diferenciarse de la derecha en múltiples aspectos. Pero, incluso con las limitaciones de un incompetente en oratoria, ideología y polémica, fue un rostro nuevo, una figura joven, frente a los reciclados rostros de “los mismos de siempre”. Y veamos los resultados en primera vuelta:

Javier Díez-Canseco - Partido Socialista del Perú: 0.417 % (60.955 votos)
Alberto Moreno - Movimiento Nueva Izquierda: 0.232 % (33.918 votos)
Susana Villarán - Concertación Descentralista: 0.520 % (76.106 votos)
Ollanta Humala - Unión por el Perú: 25.685 % (3'758.258 votos)

¿Es posible, entonces, que la izquierda persista en la precipitada improvisación pre-electoral y en la perennización de la gerontocracia al mando? Hay un trillado camino de derrotas que otra vez se pretende reeditar por necios contumaces, sin la menor autocrítica ni enmiendas. Ahora, a puertas del 2011, apresuramos el paso y queremos parchar los enormes forados de nuestro accionar, los grandes agujeros negros donde la izquierda no ha querido hacerse presente. ¿Qué pasará?... Es previsible: ni con la más amplia unidad tenemos posibilidades de saltar la valla para ser gobierno, porque no se sembró antes aquello que ahora queremos cosechar. Nunca es tarde para cambiar, dicen los sabios, aunque sea para que el 2011 hagamos algo decoroso y que sirva para el 2016, ya cuando los viejos saurios de las burocracias vitalicias sean relevados por una nueva generación dispuesta a reconstruir organizaciones y recuperar el espacio perdido desde los 80’.

sábado, 16 de octubre de 2010

Por la boca muere el pez: Vargas Llosa se reconoce como "escritor comprometido"... CON LA DERECHA

Diario Perú 21 | Jue. 14 OCT '10
Vargas Llosa: "No creí que pudieran darle el Nobel a un liberal"

Mario Vargas Llosa reconoce que es un escritor comprometido, pero asegura que la literatura no debe estar encuadrada por la política, debido a que la propagada y a la creatividad no tienen una buena relación. El Nobel de Literatura 2010 habló con el diario francés Le Monde sobre la sorpresa que le causó obtener el galardón.

“Estaba convencido de que un escritor que se declaraba liberal no tenía ninguna oportunidad de recibir el Nobel. Por esa razón pensaba que nunca lo recibiría, que yo era demasiado controvertido”, destacó el novelista peruano, quien en noviembre publicará El sueño del celta, su último trabajo literario.

El autor de La ciudad y los perros dijo esperar que la obtención de premio tenga eco en la política de América del Sur. “Es por lo que milito y lucho desde hace décadas en mis artículos de prensa cada quince días. Siempre he combatido el autoritarismo, de izquierdas y de derechas”, destacó MVLL.

El reconocido escritor, sexto Nobel de Latinoamérica, aseguró que pese a que aún hay “enormes problemas”, nuestro continente está “bien orientado”. “Solo queda una dictadura -Cuba- y solamente algunas ‘semi dictaduras’ como la Venezuela de (Hugo) Chávez o Nicaragua”, añadió.

viernes, 15 de octubre de 2010

APARECIÓ RECIENTE NÚMERO DE "INSURGENCIA POPULAR" (octubre-noviembre)



Compañeros, amigos y colegas:
El nuevo número de Insurgencia Popular, órgano del Movimiento de Liberación 19 de Julio (ML-19), correspondiente a octubre-noviembre, apareció el día de la Marcha por el Gas del 12 de octubre. En este evento se ha vendido más de la mitad de ejemplares, así que hay que apurarse.
Lo estaremos vendiendo en las siguientes marchas, mítines y eventos de masas, pero si hay pedidos, escribirnos por este medio.

LEA Y DIFUNDA INSURGENCIA POPULAR
PRENSA CLASISTA Y COMBATIVA

jueves, 14 de octubre de 2010

LA FIESTA DEL NOBEL Y EL INTELECTUAL CAMALEÓNICO


El intelectual camaleónico es una especie que abunda en el desigual y combinado mundo literario peruano. Podemos trazar un paralelo con la fatal herencia de las castas entreguistas y colaboracionistas que se aliaron al conquistador español con tal de conservar sus privilegios. Desde Felipillo hasta Pumacahua, la condición de supervivencia era demostrar lealtad al opresor. No en vano Túpac Amaru II tuvo que batallar contra ejércitos indígenas y curacas “de pura sangre” que lo acusaban por ser mestizo y haber conspirado contra el Rey.

También existieron criollos que bajo la invasión chilena se pusieron del lado de la "paz sin condiciones", con tal que la guerra de resistencia no comprometiera sus intereses. La doble faz, el doble discurso, fueron extraños símiles de cordura y ponderación, frente a los desvaríos de exaltados y radicales maximalistas. Quien optaba por sobrevivir de rodillas era considerado "más inteligente" que aquel que prefería morir de pie. Esa dicotomía recurrente en nuestras guerras, también se manifiesta en la batalla de ideas y en el farragoso terreno de la producción intelectual.

Mario Vargas Llosa ha ganado recientemente el Premio Nobel de Literatura y no podemos negarle el derecho a la alegría a quienes siempre comulgaron con sus ideas. Los reaccionarios, los neoliberales, los capitalistas y sus acólitos de todas clases, tienen porqué vitorearlo. También hombres y mujeres de buena fe que no están en la obligación de abrazar la causa socialista y sólo obedecen a su gusto literario. Lo sorprendente es que aquellos que hasta hace poco decían combatirlo, ahora hacen un ominoso paréntesis en sus críticas para reconocer "honestamente" el triunfo de un intelectual orgánico del capitalismo salvaje. Esta actitud camaleónica nada tiene de consecuente y mucho de interesada.

ANÉCDOTAS A PESAR DE LOS PROTAGONISTAS

Llego a un punto en que las anécdotas personales sirven de ilustración. Perdónenme los enemigos de autos confesionales, pero incluso los más pequeños e insignificantes, tenemos algo qué contar.

Recuerdo una tarde en La Habana, 1992, cuando compartíamos la mesa del Hotel Presidente, en El Vedado, con el español vallejiano, Julio Vélez. Además de Julio, estaba allí un connotado compatriota y hombre de letras. La conversación derivó al tema del V° Centenario del descubrimiento de América, llamado eufemísticamente "encuentro de dos culturas". Y dije: ¿cuál encuentro?... ¡Encontronazo!... ¿Qué tenemos que celebrar?

Julio Vélez perdió la compostura y sus aires de “progresista amigo de Cuba”. Argumentó que los imperios prehispánicos habían sido tanto o más asesinos que los conquistadores españoles. Bajo tal supuesto, la conquista no fue el inicio de una larga opresión, sino una liberación de la barbarie y una empresa civilizadora. Mi paisano y gran poeta de “izquierda moderada”, manifestó su concordancia con Vélez. Fue incluso más convincente en su justificación del genocidio hispano. Terminaron hermanados y yo, como simple testigo de una conciliación prostibularia. Pocos años después, este dilecto poeta de “izquierda responsable”, derivó en funcionario de la dictadura fujimontesinista.

El 2008 vino por estas tierras Roland Forgues. Se presentó en auditorios y absolvió entrevistas para demostrar que José Carlos Mariátegui fue “trotskista”. Sus entrevistadores celebraban la ocurrencia, como sus anfitriones académicos. Me propuse darle caza y aclarar el error. Conseguí localizarlo en el bar-café miraflorino “Haití”. Estaba allí sentado, más gordo que la vez anterior, acompañado de un conocido amigo narrador. Abordé la mesa, me senté sin ser invitado e inicié la polémica. Los aires de autosuficiencia de Forgues eran insoportables: decía que él sí había leído a Mariátegui, como nadie lo había hecho hasta entonces y que muy poca gente estaría en capacidad de refutarlo. La verdad es que Forgues no tenía solvencia intelectual para interpretar a Mariátegui, como se lo dije; su lectura era epidérmica, pero mi paisano narrador lo apoyaba dándole extrema credibilidad. El extranjero siempre tiene la razón. Saqué de mi alforja “Figuras y aspectos de la vida mundial”, donde el Amauta afirma: “ el trotskismo sabe de un radicalismo teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas y precisas, En este terreno, Stalin y la mayoría, junto con la responsabilidad de la administración, poseen un sentido más real de las posibilidades”. Con tres o cuatro citas más, quedó destruido el dislate. Forgues se descompuso y mi colega peruano guardó pudoroso silencio. Forgues se golpeaba el pecho con la palma de la mano diciendo: “yo sí entiendo a Mariátegui, a mí nadie me discute sobre Mariátegui”.

-Roland, ¿quién eres tú para enseñarnos a los peruanos cómo leer a Mariátegui?-. le pregunté.

Pero él ya estaba sacando un grueso fajo de billetes para pagar las cervezas de los tres. Y me opuse: “Roland, mi cerveza, me la pago yo. Guarda tu dinero”.

Cuando nos despedimos, Forgues estaba contrariado y mi colega limeño, muy nervioso, dubitaba entre lo correcto y lo oportuno. Esfumándose la robusta silueta de Forgues, nuestro buen narrador me dijo en tono confidencial: “Bien hecho que no le hayas permitido pagar tus tragos; le diste una lección”.

No hay espacio para más anécdotas. Lo concreto es que muchos de nuestros intelectuales consagrados están dispuestos a darle la razón a quien no la tiene, incluso contra sus propias y más públicas convicciones, con tal de quedar bien y ganarse los beneficios de sus disidencias: viajes, invitaciones, conferencias, estadías, antologías, publicaciones, todo pagado con la gentileza de quienes adulan en forma contra natura. El oportunismo es su divisa.

Me viene a la mente la “tesis” de un connotado y brillante escritor, que se precia de “comunista” y hasta de “maoísta”, cuando defendió ante un discreto auditorio su amistad con el historiador Pablo Macera, antes izquierdista y después funcionario incondicional de la dictadura de Fujimori. “Oiga maestro, -le dije- mientras estábamos muchos de nosotros en la cárcel o en el destierro, su amigo legitimaba a la dictadura y viajaba con el tirano en el avión presidencial”. Respondió: “Tú no sabes lo que es tener más de setenta años y vivir en la pobreza”. Le contesté con un verso de Benedetti: “una cosa es morirse de dolor y otra es morirse de vergüenza”. Y no diré más…

Ahora, frente al Premio Nobel de MVLL, la actitud en varios radicales de ayer y centrados razonables de hoy, no es distinta. A Vargas Llosa no le gustan estas actitudes de doble faz y las ha denunciado en varios escritos, por ejemplo con el amargado juicio que hace a Antonio Cornejo Polar y a Julio Ramón Ribeyro, en “El pez en el agua”. Con una mano, dizque lo negaban. Con otra, dizque lo adulaban o se justificaban “por las circunstancias”. No le otorgo el privilegio de la certeza ni considero neutra la voluntad testimonial de MVLL, porque admiro a Cornejo Polar y con mayor motivo a Ribeyro, pero quiero dejar en claro la posición del autor de “Historia de Mayta”.

EL ESCRITOR ES INDIVISIBLE

A Vargas Llosa no le gusta que dividan su labor de creador y su pensamiento político. Eso mismo ha exigido su hijo Álvaro ante la prensa: la indivisibilidad del sujeto que hace literatura con sus convicciones ideológicas. Mariátegui, decía: “El espíritu del hombre es indivisible; y no me duelo de esta fatalidad, sino, por el contrario, la reconozco como una necesidad de plenitud y de coherencia. Declaro sin escrúpulo que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas” (7E). Esta cita coincide maravillosamente con la teoría de los demonios del escritor, de Mario Vargas Llosa.

Pero los camaleónicos reiteran que una cosa es el brillante escritor de novelas y otra es el político derechista. Ésta es una pose insostenible. Poetas y escritores “progresistas”, cortesanos de la embajada de Cuba y amigos de la Casa de las Américas, pasan por alto los ataques de Vargas Llosa a Cuba, a la Nicaragua de Ortega, a la Venezuela bolivariana de Chávez y a la Bolivia de Evo Morales, sabiendo mejor que nadie, que los contenidos de sus novelas –en su segunda etapa- tienen ése mismo objetivo antiprogresista, anti izquierdista, anti indigenista, etc.

Álvaro Vargas Llosa, en la misma línea de su padre, no dudó en insultarlos con “El perfecto idiota latinoamericano”. Considero injusta esta obra de Álvaro, hecha a seis manos con Plinio Apuleyo Mendoza y el militante anticastrista Alberto Montaner (CIA). ¿Por qué no fue contestada por quienes tenían esa obligación desde la misma generación que participó en la batalla de ideas de la guerra fría?... La respuesta antelada está en “El pez en el agua” de Mario padre. Buscad y encontraréis.

Otra especie malsana flota en el aire: todo aquel que se atreva a cuestionar al laureado escritor, es tildado, desde hace tres décadas, como “envidioso”. Dice MVLL que el Perú es un país en donde el éxito no se perdona. Y no le falta razón, pero no todos los que cuestionan al novelista están contaminados por el pecado capital de la envidia. Hay quienes tienen convicciones firmes; son pocos, pero son; no importa si les cuesta el ostracismo intelectual o el desempleo. El deslinde en materia política tiene que ser objetivo para ser valedero. Pero con mano firme, sin temor a ser estigmatizado con un epíteto que ya es vulgar lugar común.

La última respuesta, aquella que MVLL deja traslucir entre líneas, es que algunos intelectuales “progresistas” no pueden perderse la oportunidad de compartir, mínimamente, el éxito del supuesto enemigo. ¿Cuán sinceros son estos “honestos” reconocimientos?

Vargas Llosa es un intelectual orgánico de su causa política. Parafraseando a contrario sensu a Vallejo: milita y escribe simultáneamente. Pero si el intelectual revolucionario, según Vallejo, es aquel que escribe y milita simultáneamente (Ver: “El arte y la revolución”) el escritor izquierdista tiene que deslindar de manera clara con la otra orilla. Las concesiones indecorosas con quien lidera mundialmente la internacional reaccionaria del pensamiento, hay que llamarla por su nombre: política del camaleón quien no quiere perderse las delicias de la fiesta ni quedar mal ante tanta gente que festeja el triunfo.

Como bien dijo Manuel Gonzáles Prada: rompamos el pacto infame de hablar a media voz.

viernes, 8 de octubre de 2010

LA FIESTA DEL CHIVO Y EL PREMIO NOBEL


Mario Vargas Llosa ha ganado el Premio Nobel de Literatura después de postular a él por más de 30 años. Durante tres décadas los medios de la derecha llenaron cuartillas quejándose porque le denegaban este galardón por razones ideológicas. Hubo incluso quienes decían que la academia sueca sólo premiaba a los “escritores rojos”. Hoy la algarabía desatada por entusiastas ingenuos puedo interpretarla como un mecanismo de compensación en la conciencia colectiva de un país que no clasifica ni para el Mundial de fútbol y hasta le roban las elecciones. Una mayoría ciertamente desmemoriada y con ganas de celebrar algo, aunque sea irreflexivamente.

El Premio Nobel no es solo un premio a las virtudes literarias. Se trata de premiar con él al escritor que ha contribuido mediante una obra monumental y de excelente calidad, al desarrollo de la conciencia humana. Está entonces de por medio no sólo la calidad literaria, sino también la significación de la obra. El qué se dice es más importante del cómo se dice. Por lo tanto, el Nobel no es una glorificación del significante, sino del significado.

Considero que Vargas Llosa debió ganar el Nobel en 1971. Había conseguido su máximo nivel de producción y contribuido a un cambio decisivo en la literatura latinoamericana. Era el escritor crítico del poder que además revolucionaba la estructura narrativa, llevando a sus máximos niveles la incorporación de técnicas literarias antes desconocidas en nuestra tradición novelística. Ésa fue su primera y brillante etapa.

Escribió el libro de cuentos “Los jefes” en 1959 ganando el Premio Leopoldo Alas y le permitió viajar a Europa por primera vez. Su novela “La ciudad y los perros” obtuvo el Premio Biblioteca Breve en 1962, el Premio Internacional de la Crítica en 1963 y fue traducida a más de veinte lenguas. En 1966 aparece su segunda novela “La casa verde” que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en 1966 y el Premio Rómulo Gallegos en 1967. Ese mismo año publica la noveleta “Los cachorros” y en 1969 aparece su novela de máximo rigor literario “Conversación en la catedral”. En 1971 publica un estudio sobre la obra de su colega y amigo de entonces “Gabriel García Márquez: historia de un deicidio”.

Desde 1967 sus relaciones con la revolución cubana entran en crisis y sus convicciones ideológicas, también. Ese mismo año, Aideé Santamaría, fundadora de Casa de las Américas, le solicitó a Vargas Llosa la donación del dinero del premio Rómulo Gallegos a la causa de Ernesto Che Guevara, quien ya estaba luchando en Bolivia. El hasta entonces camarada y hermano de la Cuba revolucionaria, se niega a hacerlo, a pesar de que Aideé le promete la devolución del importe con tal de que su gesto enaltezca la campaña guerrillera del Che. La ruptura entre el autor y Casa de las Américas completaría un extenso dossier de cartas y artículos que van señalando su personal y subjetivo proceso de renuncia al socialismo. Este proceso se da por etapas y culmina en 1971, cuando después de haber publicado el mejor análisis de la obra de García Márquez, termina liándose a golpes con el autor de “Cien años de soledad”. La sanción también fue subjetiva: Vargas Llosa le quitó a las editoriales el derecho de seguir publicando “Historia de un deicidio”, veto que él mismo ha levantado recientemente en el 2008.

La segunda etapa fue de involución. Hay una merma en sus virtudes literarias que se nota en la producción de novelas carentes de significación. Los temas trascendentales cedieron el paso a la banalidad al mismo tiempo en que Vargas Llosa manifestaba su ajenidad con las reivindicaciones sociales de los olvidados y olvidaba su vocación crítica frente a los dueños del poder.

CUANDO LO BANAL SE CONVIERTE EN MERCANCÍA

El ciclo de la banalidad empieza con “Pantaleón y las visitadoras” (1973); “La tía Julia y el escribidor” (1977), las piezas teatrales “La señorita de Tacna” (1981) y “Kathie y el hipopótamo” (1983). “Pantaleón” es una novela intrascendente por su temática, hecha para el solaz de señoras de clase media alta que querían leer historias de putas. “La tía Julia” tiene méritos estructurales que son dignos de encomio, a no dudarlo, pero se empantana en la anécdota periodística vivencial y en el amor defraudado a su tía y ex esposa. Las dos obras teatrales nombradas, son brutales naufragios.

Continúa este ciclo con “La guerra del fin del mundo” (1981) echando mano inescrupulosamente a las obras de Joao Guimaraes Rosas y Euclides Da Cunha, razón por la cual no fue bien recibida por los brasileños. “Historia de Mayta” es una pésima novela donde busca retratar el fenómeno subversivo mediante una interpretación ajena a la realidad peruana. Se buscaba una gran novela sobre la subversión, muerto quien la prometía: Manuel Scorza (accidente aéreo de Barajas, 1983). Así lo dice Miguel Gutiérrez: “Historia de Mayta pudo ser esa novela si su autor hubiese podido dominar los demonios de rencor que lo impulsaron a escribirla”.

Luego prosigue con “El hablador” (1987), novela prometedora hasta que el lector se tropieza con la confesión vivencial extraliteraria de su autor. Y vendrá un fiasco brutal: “Elogio de la madrastra” (1988). “Lituma en los Andes” (1994) sólo es una descarga de sus demonios de rencor contra el pueblo peruano. Cuando escribe “La fiesta del chivo” (2000), novela antidictatorial sobre el periodo del dictador Trujillo, en República Dominicana, difícilmente era concebible en un país donde la novela sobre el trujillismo había sido el objeto literario de más de 30 autores. Acoto lo siguiente: jamás la hubiera hecho sobre Somoza en Nicaragua o sobre Pinochet en Chile.

EL NUEVO RAVINES Y SUS DEMONIOS DE RENCOR

Fue un periodista anticomunista mordaz e incisivo, superando con creces a Eudocio Ravines. Elogió el milagro económico de Pinochet, no escatimó reconocimientos a la dictadura de Videla en Argentina y se puso al servicio del segundo belaundismo en el Perú, presidiendo la Comisión Investigadora del caso Uchuraccay que absolvió de culpas a los militares que ordenaron la masacre de ocho periodistas en esa comunidad ayacuchana. El estado israelí pagó sus simpatías con el sionismo otorgándole el Premio Jerusalen. Regresó al Perú para capitanear la campaña derechista contra la estatización de la banca en 1988, la misma que fue antesala de su campaña electoral para la presidencia en 1990. El voto popular buscó un candidato alternativo y creyó encontrarlo en un ingeniero nisei, Alberto Fujimori, que prometía no aplicar el shock económico, al cual Vargas Llosa era adicto. De modo que el voto por Fujimori no fue más que un voto contra la plutocracia, que al ganarle la plaza generó una reacción infantil en el perdedor: demolió su residencia de Barranco y optó por la ciudadanía española, diciendo que el error de nuestras naciones fue haberse independizado de España.

Aclaramos que la pataleta era sólo una simbólica ruptura: La nacionalidad española no es excluyente de la nacionalidad peruana. Se puede tener ambas. Pero en el contexto, tenía otro significado. Ése significado puede verse con mayor claridad en sus obras siguientes: “El pez en el agua” (1993) y “Lituma en los Andes” (1994). En la primera hace una descalificación del Perú a partir de su frustración electoral, empezando por un parricidio contra su padre biológico: “…la verdadera razón del fracaso matrimonial no fueron los celos ni el mal carácter de mi padre, sino la enfermedad nacional por antonomasia, aquella que infesta todos los estratos y familias del país y en todos deja un relente que envenena la vida de los peruanos: el resentimiento y los complejos sociales”. El problema racial en el Perú era la causa de su derrota electoral. Y ya lo venía anticipando en la primera página de su novela “El hablador” (1988): “Vine a Firenze para olvidarme por un tiempo del Perú y de los peruanos y he aquí que el malhadado país me salió al encuentro esta mañana de la manera más inesperada”.

Convertido en intelectual orgánico del neoliberalismo, seguía postulando al Nobel, pero nunca antes estuvo tan lejos de ganarlo por las razones explicadas.

PARRICIDIO Y SEPULTURA INCONCLUSA DE LA NARRATIVA ANDINA

En Madrid, 2005, estalló una polémica entre escritores peruanos que prosiguió en los medios de prensa locales. Vargas Llosa inauguró el encuentro de escritores de Madrid celebrando que por fin la literatura peruana estaba libre de condicionamientos indigenistas, neoindigenistas y reivindicaciones sociales. No sabía que el 60% de escritores invitados eran andinos. Un optimista redactor de Caretas dijo: “antes los escritores eran hijos de José María Arguedas, pero ahora todos somos hijos de Vargas Llosa”. Por supuesto, le salimos al frente.

Vargas Llosa dice en “Historia de un deicidio” y lo reitera en “El pez en el agua”, que el joven escritor necesita surgir a través de un parricidio, del asesinato del padre literario de la generación anterior. Esta intención, que no es patrimonio de todos los escritores, se revela en su descalificación constante de la vida y obra de José María Arguedas. El 24 de agosto de 1977 asume como miembro de la Academia Peruana de la Lengua y su discurso fue: “José María Arguedas, entre sapos y halcones”. Por más elogiosa que fuese la forma, el contenido apunta a un solo fin: Arguedas ficcionalizó una sierra que no existe. La mentira se convirtió en realidad gracias a la literatura. Esta descalificación coincide con el juicio que un grupo de intelectuales hizo a Arguedas en su último año de vida. El autor de “Todas las sangres” escribió dos documentos a favor de su verosimilitud: “¿He vivido en vano?” y “No soy un aculturado”.

Ya en “El pez en el agua”, p. 345, Vargas Llosa hace la descarga completa: “Desde entonces odio la palabra “telúrica”, blandida por muchos escritores y críticos de la época como máxima virtud literaria y obligación de todo escritor peruano. Ser telúrico quería decir escribir una literatura con raíces en la tierra, en el paisaje natural y costumbrista y preferentemente andino, y denunciar al gamonalismo y feudalismo de la sierra, la selva o la costa, con truculentas anécdotas de “mistis” (blancos) que estrupaban campesinas, autoridades borrachas que robaban y curas fanáticos que predicaban resignación a los indios.” (…) “La palabra telúrica llegó a ser para mí el emblema del provincialismo y el subdesarrollo en el campo de la literatura…” (…) “…ese desprecio folklórico por la forma…”.

En “La utopía arcaica, José María Arguedas y las ficciones del indigenismo” (1996), desde el rótulo manifiesta la intención del sepulturero que evidenció en su discurso de Madrid, 2005. El presente artículo no pretende un extenso análisis de dicha obra crítica. Sólo nos basta una cita: “Lo cual no significa que los escritores peruanos dejen de escribir sobre temas andinos o que desaparezcan los indios en la literatura peruana. (…) Las excepciones -las hay- son de escasa significación literaria y, hasta ahora al menos, están allí sólo para confirmar la regla”. (p.175)

En un contexto histórico de grandes enfrentamientos entre comunidades campesinas y empresas mineras, con el saldo mortal de Bagua, que incluye a las naciones amazónicas, sigue produciéndose aquella literatura que pretende sepultar Vargas Llosa. Y no es “de escasa significación literaria”. Para no enumerar una larga lista de escritores, que no son “excepciones”, reduzco el comentario a la exitosa carrera narrativa de Sócrates Zuzunaga Huaita, ayacuchano, quechua hablante, ganador del concurso COPE de novela y antes ganador del Premio de Novela Quechua, de la UNFV. Digo bien: entre otros…

UNA LÁPIDA ELEGANTE Y UNA ENORME FOSA COMÚN

“La utopía arcaica” es una lápida elegante para sepultar a José María Arguedas, reconociéndole méritos y elogiando virtudes, pero sentenciando su validez y verosimilitud como testimonio de las luchas de “los de abajo”. Los encomios sólo pueden sorprender a incautos, mas no a quienes leen este ensayo atendiendo a su verdadero objetivo.

La novela del desquite por el fracaso electoral de 1990, fue “Lituma en los Andes” (1994). Si de algo culpó Vargas a la literatura indigenista o telúrica, fue de haber impuesto una ficción que no se correspondía con la realidad. Pero él mismo lleva este defecto a sus máximos desvaríos en “Lituma”. El poblador andino es representado en una barbarie lombrosiana indemostrable por la más burda constatación. No ficcionaliza literariamente sobre el mundo de los pobres, sino que lo caricaturiza. Desconoce incluso detalles elementales de las manifestaciones culturales del mundo andino, pero le inventa horrores que no tiene. Esta novela, escrita con todos los demonios de rencor que señalaba Miguel Gutiérrez al valorar “Historia de Mayta” (1985), es una gigantesca fosa común en la cual pretende sepultar vivos a los “incivilizados” que no le otorgaron el voto en 1990.

Las reales fosas comunes donde fueron sepultados cientos de comuneros andinos durante la sangrienta campaña antisubversiva (1980-2000), no figuran en su narrativa. Como dijo el actual mandatario peruano, son ciudadanos de tercera categoría. Entendemos su preocupación por el Museo de la Memoria y su renuncia, para que luego caiga en manos de uno de sus más entusiastas seguidores, como un tributo a su tercera etapa: la del que quiere ganar el Premio Nobel en el invierno de su existencia. En función de ese objetivo interpretamos su reformulación del problema palestino y sus tardías críticas al genocidio sionista. Al Nobel no se podía llegar sin enmendar ese curriculum que lo distanciaba de la defensa de los derechos humanos y lo aproximaba expresamente a las dictaduras de derecha y a las seudo democracias bajo las cuales se siguen perpetrando crímenes de lesa humanidad.

En ese sentido, ésta es una ópera bufa. Durante 30 años de postularse al Nobel y no conseguirlo, las instituciones conservadoras y la prensa de derecha intentaron compensarlo con premios y galardones para sostener en alto el prestigio de un vocero connotado del gran capital y las transnacionales. Ahora consigue el máximo galardón, justamente cuando no lo necesita. Así como Andrés Avelino Cáceres debió haber muerto en la Campaña de la Breña, para no ser recordado por el pésimo gobierno que hizo, Mario Vargas Llosa debió haber ganado el Nobel en 1971, en el esplendor de su carrera literaria, no en su decadencia.