miércoles, 30 de junio de 2010

Mi deslinde (actualizado) con el terrorismo


El 20 de marzo de 2002 estalló un coche bomba en el Centro Comercial El Polo, matando a diez peruanos inocentes. Quien escogió ese centro comercial para cometer la fechoría, lo hizo porque queda cerca de la embajada norteamericana y se aproximaba la visita del genocida George Bush. Dos días después de la explosión, Bush visitaba el Perú sin una sola manifestación masiva de repudio.

La CGTP, la CCP, la CNA los movimientos de izquierda y otros gremios populares se quedaron con las banderolas hechas. El plan de rechazar multitudinariamente la presencia de Bush se vino abajo con el atentado de El Polo. El gobierno advirtió a las centrales sindicales y a los partidos para prevenir otros atentados y la consiguiente captura de supuestos culpables. Otra cosa más: la propaganda gubernamental exigía que se deslinde con el terrorismo, so pena de ser acusados de “cómplices”. No fue difícil que cayeran en la trampa del miedo.

Como la desmovilización de las protestas anti-Bush había sido tan fácil gracias al coche bomba, pensé que los principales beneficiados eran los verdaderos culpables. La explosión no causó daños a la embajada norteamericana, pues el artefacto no fue colocado cerca de ella. El centro comercial queda a regular distancia de los muros de la delegación diplomática y además, el espacio entre estos muros y los edificios interiores de la embajada, hacía imposible que se produzcan estragos.

El fracaso de los incapaces

Desde el punto de vista militar, el atentado fue un fracaso. No hizo bajas en el personal norteamericano y ni siquiera perjudicó la fachada de la embajada yanqui.
Desde el punto de vista político, generó el repudio unánime de la población contra sus autores y favoreció la táctica desmovilizadora del gobierno. ¿Por qué entonces no pensar que los culpables se hallaban en los servicios de inteligencia?

Recuerdo haber escrito por internet artículos que no me permitían sacar en Caretas, donde trabajaba. Un año después, Caretas me daba la comisión y cubrí el primer aniversario del asesinato de diez peruanos. Fue doloroso compartir con los familiares el fatídico recuerdo y la indiferencia del Estado. Algo en lo cual todos estaban de acuerdo es en la negligencia de la policía para resguardar los alrededores de la embajada yanqui en vísperas de la llegada de su presidente. Pero aún más condenaban la falta de celeridad para actuar, una vez que se alertó sobre un coche que echaba humo por todas partes. Parecía que el gobierno tenía parte en todo esto.

Después de publicar mi reportaje en Caretas N° 1764 del 20 de marzo de 2003, una noche de trabajo me atreví a consultar la página web “Sol Rojo” pretendidamente atribuida a la fracción “Proseguir” de Sendero Luminoso. Increíble e irritante: reivindicaban el atentado del centro Comercial El Polo, al cual consideraban un “acto de guerra” contra el imperialismo.

Deslinde con el terrorismo

Esto me ha dado motivos suficientes para aclarar, una vez más, nuestras distancias con aquello que Lenin llamaba “terrorismo”. Conste que no me auxilio del significado semántico usado por la burguesía. Para los revolucionarios y en especial, para los comunistas, un acto de masas o una rebelión de muchedumbres es infinitamente superior a cualquier atentado con bombas. Después de la muerte del hermano de Lenin, quien fue condenado a la pena máxima por terrorista, le quedó bien claro al gran Vladimir Illich cuál era el camino de la revolución proletaria. El grupo conspirativo no puede sustituir a la clase social que debe hacer la revolución. Y la revolución, como afirma José Carlos Mariátegui, es obra de muchedumbres, es obra de multitudes.

Otra cosa es que la vanguardia deba conducir a las multitudes, que el Partido del Proletariado sea quien de dirección política y militar a la clase. Nadie niega la necesidad del Partido. Pero el Partido no puede ser aquel grupúsculo autodenominado como tal y conformado al 100 % por imbéciles, iletrados y analfabetos funcionales que no son proletarios. Me refiero a esos analfabetos que no saben escribir una página web sin errores de redacción, sin faltas de ortografía y que conocen de marxismo lo que conozco yo de mecánica celeste.

Tal vez puedan leer una cita, rememorar una frase genial de cualquiera de los clásicos del socialismo científico, pero para su interpretación actuarán como un orangután tratando de desarmar un reloj suizo. Y para hacer la prensa, deberían atender a lo que dice el gran Lenin:

“…hace falta un Estado Mayor de especialistas escritores, de especialistas corresponsales (…) un ejército de hombres obligados por su cargo a ser omnipresentes y omnisapientes. Y nosotros, el Partido que lucha contra toda opresión económica, política, social y nacional, podemos y debemos encontrar, reunir, formar, movilizar y poner en marcha un tal ejército de hombres omnisapientes.” (Lenin. Qué hacer, pág. 194)

Este consejo se extiende al Partido, el cual inevitablemente se constituye en élite de revolucionarios profesionales, a los cuales se les exigen tareas de organización de las masas y de elaboración de línea política. Por esto y muchas razones más, sobre todo de carácter estratégico, los marxistas deslindamos con el terrorismo expresamente, incondicionalmente y tajantemente, diferenciando la violencia revolucionaria del brutal atentado producto de la desesperación pequeñoburguesa travestida de revolución “proletaria”.

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