martes, 7 de mayo de 2013

Descansa en paz, Javier Diez Canseco


La muerte de Javier Diez Canseco no solamente ha conmocionado a los ciudadanos de izquierda sino a grandes sectores populares y a amplios segmentos de la opinión pública. Es un hecho infausto que ha remecido conciencias frente al fallecimiento del parlamentario más investigador, acusador y eficiente de la izquierda peruana. A diferencia de sus críticos “ultras”, JDC ha tenido el privilegio de ser siempre elegido desde que fue dirigente estudiantil, pasando por ser el diputado más joven a la Asamblea Constituyente de 1978 y consagrándose como parlamentario desde 1980 hasta que una alianza vergonzosa lo suspendiera este año 2013. Digámoslo claramente: si él escogió el camino de las urnas, fue consecuente con su programa.

Mientras se ocupan del estúpido vídeo de la primera dama enseñando las piernas, el presidente Ollanta Humala no se ha pronunciado sobre la muerte de Javier Diez Canseco, no ha declarado día de duelo nacional, no ha ordenado poner la bandera a media asta.  Podemos interpretar que el gobernante de turno, más que indiferencia, siente satisfacción por la desaparición física del parlamentario. Durante la primera noche del velorio, notamos la presencia del padre del presidente, Isaac Humala, y de un arreglo floral enviado por su hermano en prisión, Antauro Humala. Gestos que revelan conflictos al interior de una panaca sedienta de poder.

La campaña de desprestigio contra Javier Diez Canseco, que fue digitalizada desde Palacio de Gobierno y que lo condujo desde el escándalo hasta la suspensión en el Parlamento, contó con la votación de 21 congresistas del nacionalismo.

Esto no puede ser interpretado solamente por el distanciamiento de JDC del gobierno a causa del caso Conga. Al revés,  es el gobierno el que se alejó de sus promesas, se alineó con las transnacionales mineras y traicionó su programa por“el gran cambio”.  Paso necesario fue liquidar la “hoja de ruta”, el gabinete Lerner y a todos los izquierdistas de los ministerios. Después vino el desquite de la primera dama contra JDC, campaña de  difamación y suspensión. Nadie sabía que lo iba a matar el cáncer en tiempo récord… ¿O sí?

Estamos ante un resultado más de la pandemia de cáncer anti-rojo que cunde en América Latina. El proceso ha sido fulminante, como cualquier ejecución sumaria. La nueva forma de matar le ha sido aplicada casi a la par de su sanción y exclusión congresal. Las intenciones también han quedado en evidencia cuando en algunos twitts encontramos mensajes fatalistas y agoreros: “murió el último izquierdista”, “la izquierda parlamentaria desaparece”, etc.

Lo cierto es que el velorio de JDC ha registrado un aluvión de público doliente, muchos vuelven a hacer palmas revolucionarias como en su juventud y también hay los que cantan “La Internacional” ante su féretro.Recuérdese que fue el voto de izquierda el que puso a un presidente y a una alcaldesa. Ambos traicionaron y ambos son incompetentes, pero fue la izquierda la que los puso allí.  Como ha dicho Rosa Mavila, la muerte de Javier Diez Canseco ha vuelto a convocar a esos votantes que mañana o más tarde pueden unificar voluntades -digo yo-  para cambiar al país, sea por las urnas o sea por la insurgencia.

Así como la izquierda reformista recién lo ha visto, la izquierda revolucionaria una vez más lo confirma: no hay posibilidades de alianzas o de conciliaciones con el nacionalismo burgués. La imagen de Javier Diez Canseco, irreductible e insobornable, perdurará en la memoria del pueblo como la antítesis de un gobernante pusilánime subordinado a los grupos de poder. Descanse en paz, Javier, mientras nosotros reordenamos filas para el combate.