jueves, 20 de mayo de 2010

LA BOHEMIA NARRATIVA DE LA GENERACIÓN 80'

Estuve leyendo en el blog de Gustavo Faverón Patriau http://puenteareo1.blogspot.com acerca de los grupos poéticos, sobresaliendo, entre los esfuerzos colectivos del siglo XX, aquellos que caracterizaron a las vanguardias: dadaísmo, futurismo, surrealismo. Luego su artículo y las opiniones ajenas mencionan experiencias locales de agrupación de poetas, resaltando, entre ellas, la más seria y duradera, Hora Zero, y culminando en Kloaka y Neón. La pregunta pertinente es: ¿qué pasó con la narrativa? Excepto la experiencia del grupo Narración (Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Roberto Reyes Tarazona, Augusto Higa, Antonio Gálvez Ronceros), parece que el afán colectivista ha sido esquivo con el género.

Aquí debemos responder los narradores. Creo que la última experiencia grupal seria en pleno final del siglo XX, fue protagonizada por los narradores de los 80'. Se constituyó un sólido y numeroso grupo a partir de 1986 y que duró hasta 1992, en donde figuraban, entre otros, Cronwell Jara, Mario Choy, Mario Bellatín, Aída Balta, Mariella Sala, Pilar Dughi, Mario Suárez, Jorge Valenzuela, Percy Pereira, Dante Castro, etc. A las reuniones acudieron narradores que luego se dividieron entre "plenos" o permanentes y "fraternos" o itinerantes. Y así nos visitaban autores tan disímiles como Juan Carlos Mústiga, Luis Nieto Degregori o Guillermo Niño de Guzmán. Contamos con la colaboración desinteresada de nuestros hermanos mayores del grupo Narración, en especial de Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez y Roberto Reyes Tarazona.

Nos leíamos, opinábamos, sugeríamos, aprendíamos. El desprendimiento, la colaboración solidaria, la honestidad en la crítica fraterna, fueron características de una agrupación que se negaba a tener denominación e ideario. Esto último fue un defecto de nacimiento, una falla de fábrica que terminaría minando la unidad.


POR QUÉ LOS GRUPOS


Suelen llover críticas muy ácidas contra el comunitarismo, en beneficio del individualismo y de la autonomía del escritor. Estas tres últimas palabras son sumamente atractivas y aparentemente razonables. El escritor tiene la ilusión de ser autónomo, singular, irrepetible e inalienable. Pero muchos se olvidan de que son un producto social, que detrás de ellos hay una cantidad incalculable de esfuerzos humanos ajenos y condensados en esa individualidad que se cree única. Los escritores más fanáticos de la individualidad y autonomía son los más esclavos de las leyes del mercado, de las imposiciones de casas editoriales y promotores de ventas.

Lo cierto es que desde que nos iniciamos con los primeros borradores consultados al maestro favorito y a los amigos y compañeros de estudio, ya estamos colectivizando aquello que se suponía íntimo e individual. Eso mismo hacen los grupos de manera desembozada, manifiesta y organizada. Por lo menos, en un principio, los grupos pueden sistematizar su operatividad influyendo positivamente al sujeto que adhiere a ellos.

El grupo siempre se romperá por el eslabón más débil. El individualismo, la megalomanía, el egoísmo y la envidia profesional, corroen y fragmentan el esfuerzo colectivo. En una sociedad que rinde culto al individualismo y que en su versión neoliberal inculca el repudio a la vida gremial, al colectivismo y organización comunitaria, estos males prosperan naturalmente. Cuando se vislumbra en el horizonte un nuevo amanecer para la humanidad, cuando la vieja sociedad agoniza y la historia padece de dolores de parto, resurge la necesidad de formar agrupaciones y colectivizar la experiencia artística.


QUÉ NOS PASÓ EN LOS 80'


Nuestro hábito de reunión nació en 1986, ya cuando la guerra interna llevaba seis años desangrando al Perú. El grupo, que tenía una finalidad literaria, no podía escindir a la literatura del contexto histórico, haciendo oídos sordos al dolor humano y a la crisis que vivía el país. Nuestras reuniones eran amenas, surtidas de vino y comida, pero muchas de ellas se hacían a la luz de las velas. Apagones, coches bomba, ráfagas a lo lejos, sirenas ululando, operaciones rastrillo, toque de queda, estado de emergencia, etc. , eran el real contexto del paraíso letrado que constituimos. Lo más lógico es que una agrupación de intelectuales se manifieste frente a la barbarie, como lo era en ese momento la abundancia de fosas comunes, estudiantes desaparecidos, matanza de presos, violación sistemática de los derechos humanos.

No podemos negar que en el grupo habían quienes decían como Silvio: "la ciudad se derrumba y yo cantando". El temor a tomar posición definida y la ilusión óptica en un horizonte literario puro que nunca existió, iban cobrando proporciones.

La experiencia de fuego se dio antes del autogolpe de Fujimori y de la fascistización del país. Esa experiencia prima fue la detención del novelista Miguel Gutiérrez, quien nos había brindado su compañía y consejos en reiteradas ocasiones. Uno de nuestros hermanos mayores, del grupo Narración, estaba preso en condiciones de tortura sicológica, y al grupo le correspondía -ahora sí- manifestarse. Publicamos un petitorio de firmas de escritores por la libertad de Miguel Gutiérrez. Pero para lograr que muchos firmasen, hubo resistencias que vencer, egoísmos y cobardías sin nombre. Mejor sería decir: sin parangón, pero con nombres propios.

La polarización al interior del grupo no podía ser entre senderistas y no-senderistas como alguien ha querido caricaturizarla, sino entre quienes tenían la certeza de que caminábamos hacia el totalitarismo y quienes pensaban soterradamente que ese totalitarismo no sólo era inevitable sino "necesario" y hasta "urgente". No fue casual que una narradora de los 80 se asimilara a las fuerzas policiales y brindara sus mejores esfuerzos profesionales en zonas de emergencia.

Cuando el gobierno quedó en manos de una sola persona (y su afamado asesor), la cultura sufrió los embates de la intolerancia y hasta la bohemia literaria del centro de Lima se tornó desértica. El grupo de narradores de la generación 80 tuvo sus últimas reuniones antes del golpe de estado del 5 de abril de 1992. Desde allí, en medio de la diáspora de narradores, nadie del grupo consiguió salvar esa sana costumbre de convocar tertulias literarias.


DE QUÉ SIRVIÓ TODO ESTO


Por una parte debo gratitud a la fábula de los dos amigos y el oso, contada por Esopo y repetida por Fedro y Samaniego. Quizá sería conveniente que Miguel Gutiérrez releea esta aleccionadora fábula. Por otra parte, recordaré con algo de nostalgia la edad de la inocencia literaria. Ya lo hemos dicho anteriormente: nos leímos, nos corregimos, nos ayudamos y hasta nos editamos. Los que trabajábamos en medios de prensa hicimos todo lo posible para comentar en diarios y revistas a los miembros de la generación 80, sean del grupo o no. La relación que sostuvimos con escritores de generaciones anteriores, como los del grupo Narración, constituyó un magisterio gratuito al que no podemos mezquinarle reconocimientos y gratitud. Por último, digo: los grupos sirven para hacernos mejores el uno al otro. Ojalá que las generaciones nuevas, en la narrativa especialmente, hagan algo similar.

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